Opinión

El fin de Cospedal

Hace década y media, recibí una invitación para un almuerzo en que hablaba el candidato Rajoy. En contra de mis costumbres, acudí y terminé en una mesa donde estaba una fumadora empedernida. Enlazaba un pitillo con otro, pero me llamó la atención por su aplomo y sensatez. Era ese paradigma de político trabajador desconocido por los ciudadanos. Se llamaba María Dolores de Cospedal. Me despedí convencido de que llegaría lejos. No me equivoqué. En los años de ZP, ya dirigiendo yo «La Linterna», pasó algunas veces por mi programa aunque con quien se llevaba bien en COPE era con Nacho Villa, al que designaría director de la televisión de Castilla-La Mancha. A esas alturas, yo tenía serias dudas sobre su elección de marido, pero allá cada cual. Un día, se convirtió en secretaria general del PP. Por aquel entonces, me pasaron la información de que Montoro había bloqueado una comisión de investigación sobre la Caja de Castilla La Mancha porque el esposo de Cospedal había sido uno de sus directivos. Pero el tiempo fue pasando, el Gobierno de ZP se desplomó y el PP ganó las elecciones. Supongo que Cospedal –que por añadidura era presidenta de Castilla-La Mancha– intentó hacerlo lo mejor posible. No era fácil porque Rajoy estaba traicionando una tras otra sus promesas electorales y en el seno del partido existía una pugna por el poder. Algún cargo público del PP me la definió como un «cerote» en el sentido de que era más bien limitadita.

Lo pareció cuando unos humoristas rusos la engañaron como a una china. Finalmente, como suele pasar casi siempre, el egoísmo de Rajoy dispuesto a aceptar la caída de su Gobierno y la ruina de su partido antes que dimitir provocó un desastre que sufriremos mucho tiempo. María Dolores de Cospedal tenía mal ajuste en el intento de reflotar al decaído PP sobre todo si se deseaba dar una imagen de renovación. Con otro cónyuge o sin grabaciones, quizá lo hubiera logrado porque era un efectivo indudable. En el momento en que han ido emergiendo las cintas de Villarejo el panorama adquirió color de hormiga. Estaba pringada y la honra el hecho de no haberse aferrado al cargo como una ministra de Justicia que llamó «maricón» a su compañero de Interior. Espero que tenga suerte aunque no me sorprendería que ahora, caída del caballo, venga el calvario judicial.