Opinión

USA partida

Los Estados Unidos están partidos en dos mitades que se repelen y se odian. No son mitades perfectas. En la derecha de la izquierda y en la izquierda de la derecha hay millones que se siguen sintiendo un país, cuya historia ha acumulado espectaculares éxitos, muchos de valor universal, que aborrecen esta situación y desean políticas de convergencia y concordia. Hay temas vitales para toda la nación que requieren urgente bipartidismo. Pero parece que va a ser que no. Los que arrogantemente se denominan progresistas (progressive) pretenden ahondar sus delirios ideológicos y quieren utilizar la mayoría que han conseguido en la cámara baja para, como tarea prioritaria, lanzarse a la yugular de Trump, el cual no puede, no es ya que no quiera, dejar de entrar con ciego ímpetu, al grito de «fake news», a cualquier trapo que le agiten delante de sus narices.

A finales de septiembre, su propuesta de nombramiento para una vacante en el Supremo polarizó la vida política hasta el paroxismo, con los demócratas aceptando como verdad revelada una acusación sin prueba alguna, presentada o investigada, de que hace 36 años, cuando los supuestos protagonistas contaban 17 y 15, se había producido un intento de violación por parte del ahora ya magistrado, bien conocido por su impecable trayectoria judicial y personal. La denuncia, hecha en carta privada a una demócrata, miembro del comité judicial del Senado que entendía en el asunto, fue retenida durante semanas y divulgada en contra de la expresa voluntad de la supuesta víctima, a conveniencia de los empecinados opositores al candidato del Presidente.

El hervor de indignación que estas manipulaciones produjeron entre los republicanos movilizó sus bases, lo que hizo que en las elecciones intermedias del pasado 6 la participación total se acercase al 50%, frente al habitual 40%, siempre por debajo de las presidenciales (en torno al 60%). Como también es habitual en los comicios del medio mandato, el partido en el poder experimentó retrocesos, un poco más amplios que la media, no tan fuertes como los de los demócratas en el 2010, tras dos años en el poder de Obama, mientras que ahora los republicanos ampliaron su mayoría en el Senado.

Los resultados parecen haber contentado a los dos partidos, pues ambos se consideran vencedores, por más que los republicanos suspiraron de alivio por no haber tenido peores pérdidas, conservando mayorías, recortadas, en las legislaturas estatales y en el número de Gobernadores. Aunque los demócratas vieron defraudadas ciertas expectativas que previamente daban por seguras, los resultados han henchido de esperanza sus corazones, porque creen ver en ellos tendencias demográficas que parecen favorecerlos y mejorar sus apuestas para el 2020. La polarización se ha hecho geográfica o bien tiende a cambiar la geografía tradicional. El voto demócrata reside claramente en profesionales blancos con titulación universitaria y trabajos bien remunerados, atrayendo más a mujeres, sobre todo solteras, que a varones, con residencia en barrios ricos, de buenas casas individuales, en el extrarradio de las grandes metrópolis, que llaman suburbios, ya sin distinción de Norte o Sur, amén, por supuesto, del voto negro, que es casi unánime, y del latino, muy mayoritario. El sufragio republicano tiende a hacerse más rural, de zonas más alejadas del centro de las grandes urbes, y de pequeñas ciudades. Trump sigue atrayendo a blancos sin estudios universitarios, una clase obrera que se ha quedado fuera del mercado de trabajo, en vías de degradación social y, a resultas, moral, asolada por las drogas sintéticas y triturada por la automatización, digitalización y competencia internacional en condiciones de libertad de comercio. Y, como siempre, evangélicos.

Como las primeras categorías tienden a aumentar y las segundas a disminuir, los demócratas se frotan las manos pensando en el 2020. Varias veces ha sucedido en la historia de los Estados Unidos que cuando un partido tiene una buena racha o hasta un limitado éxito, procede a organizar las exequias de sus rivales. Pero el alternante entierro nunca acaba de consumarse. Los jóvenes maduran, los maduros envejecen, categorías marginales evolucionan hacia el centro del espectro y todo vuelve a empezar. Lo que cuenta son los votos electorales y eso, de momento, no cambia. Al margen de los millones de votos izquierdistas de California y algunas grandes ciudades, lo que le dio la victoria a Trump hace dos años fue un total de unos 150.000 votos distribuidos muy afortunadamente en Pensilvania, Míchigan y Wisconsin. Un análisis minucioso indica que las próximas elecciones se volverán a dirimir en ese vecindario, el upper middlewest, el alto medio oeste, y que yendo voto por voto, Trump puede volver a ganar.

En Florida, estado dónde se han celebrado las elecciones más reñidas y, superando dos casi empates, los republicanos se han llevado el escaño senatorial y el puesto de gobernador en liza, ha resultado decisivo que latinos y madres negras partidarias de la opción escolar hayan concedido a los vencedores actuales un puñado de miles de votos más de los que le dieron a Trump en el 16, gracias a que la campaña republicana supo atraerlos, frente a la confiada corrección ideológica izquierdista de los demócratas. Son lecciones que aprender y resultados que no tienen por qué no repetirse en otras partes en el futuro.