Opinión

España con China

En mayo del año pasado, Mariano Rajoy acudió a Pekín para asistir a un foro multilateral sobre la llamada nueva Ruta de la Seda, el gran proyecto de comunicación entre China, el resto del continente asiático y Europa. Fue entonces cuando Rajoy invitó al presidente Xi Jinping a visitar España. De los seis países europeos invitados a aquel foro, sólo tres (España, Grecia e Italia) acudieron. Quedaron fuera Reino Unido, Francia y Alemania. Hoy España se ha alineado con los socios europeos que en su momento declinaron la invitación china.

Desde el Gobierno se niega un cambio de posición, pero el matiz no deja de ser relevante. No lo disimula el recibimiento, ni los acuerdos a los que se ha llegado, ni la realidad de una sociedad española bien preparada ya –también España ha cambiado mucho– para entablar una relación abierta con la segunda gran potencia mundial, y que pretende ejercer de tal.

Por eso es de esperar que los gobiernos españoles sepan jugar sus cartas en este asunto mejor de lo que lo han hecho en otros de reciente memoria. China está tomando posiciones en los países de la Unión Europea, en particular los del Este y el Sur. La Unión Europea sirve a China de contrapeso a Estados Unidos y también puede convertirla, mediante este trabajo de infiltración política y económica, en un aliado de primer orden. España tiene un pie en el norte de África (y alguno más, si quisiera, con Canarias y Guinea Ecuatorial), y mucho más que eso en Hispanoamérica. Sin contar con su influencia cultural y su modelo político y económico. Tiene mucho que ofrecer y que ganar de una China que ha dejado atrás la fascinación por lo norteamericano y ha recobrado la confianza.

En un mundo multipolar, España tiene una dimensión propia que la UE habrá de reconocer algún día. Eso no quiere decir que cuando sea necesario levantar la voz, como en el caso de los campos de reeducación de Xinjiang, no se haga lo que hay que hacer.