Opinión

Las mujeres de la cuesta de enero

Entre Reyes y la Candelaria caía en Sarnago la gran nevada. El pueblo quedaba aislado, replegado sobre sí mismo, ensimismado. Un cordón oscuro ocultaba la Serrezuela y la Alcarama y se cerraba sobre la sierra de Oncala. El cielo se abatía sobre las casas. De los blancos tejados emergían los penachos de humo de las chimeneas y de los aleros colgaban gruesos y largos carámbanos. Queda dicho que en la cuesta de enero sucedía lo más crudo del invierno y, en esos días, sólo la necesidad obligaba a salir a la calle. Ni los perros se atrevían. De vez en cuando se distinguía desde la ventana un bulto oscuro, envuelto en un mantón o en una manta de Palencia, que doblaba la esquina apresuradamente.

Los animales permanecían también recluidos en los bajos de la casa. Los humanos se refugiaban en la cocina en torno a la lumbre, siempre encendida, de día y de noche. Detrás del banco corrido del hogaril se amontonaban brazados de támbara, estepas y bardas mayormente. Los hombres aprovechaban la paralización de las faenas del campo y bajaban a invernar en los trujales de Navarra para sacarse un jornal y subir un pellejo de aceite, en tiempos del racionamiento, para echar en conserva la matanza y aguantar todo el año. Tenían que subir la mercancía de noche, a caballo, a escondidas, por caminos del monte para esquivar a la guardia civil.

Esto obligaba a las mujeres a la dura tarea de ocuparse de todo, no sólo de los hijos, de los abuelos y de las tareas ordinarias de la casa, entre las que la más dura, según mis recuerdos, era lavar la ropa en el río helado y secarla luego al calor del brasero. Además tenían que acarrear agua de la fuente, amasar el pan, apiensar y dar de beber en la cuadra a las caballerías, echar de comer a los cochinos en la pila del portal calderos de berzas con salvado cocidos en la lumbre sobre el tentemozo o en los llares; abastecer de hierba o esparceta los zarzos de la majada, donde estaban pariendo las ovejas, ordeñar las cabras y, cuando fuera menester, untarles las tetas de perruna para el destete. El único desahogo de aquellas mujeres, que salvaron a España en la posguerra, era la brisca y el trasnocho. El feminismo ni estaba ni se le esperaba.

¡Mujeres enlutadas del campo, mujeres insatisfechas, envejecidas prematuramente, mujeres de aquellas cuestas de enero interminables y de todas las cuestas. ¡Mujeres de la España olvidada!