Opinión

Las reglas

El caso de Pablo Ibar es uno de los que nos hacen cuestionarnos si los Estados de Derecho realmente garantizan ese orden preciso para la convivencia. O lo que es lo mismo, si las normas establecidas son capaces de paliar realmente nuestras imperfecciones. Si fuéramos perfectos lo haríamos todo bien sin que nadie nos las señalara y no serían necesarias reglas de ningún tipo; pero no los somos y es imprescindible fijarlas.

Ahora, ¿son lo suficientemente efectivas como para asegurarnos la paz y la justicia? Está claro que no, porque los propios Estados de Derecho son imperfectos y también yerran. Algunas veces tanto como para cometer el peor de los crímenes: condenar a un inocente. En ocasiones esto sucede porque se alinean los astros y resulta imposible desenmarañar la madeja; pero en otras, como en el caso de Pablo Ibar, casi se pueden palpar las artimañas diversas utilizadas para convertir a alguien en cabeza de turco. Pablo Ibar fue hallado culpable del asesinato de tres personas en 1994. Lleva más de media vida entre rejas y con la espada de Damocles de la pena de muerte pendiendo sobre su cabeza.

Su juicio fue irregular pero tantos años después, las esperanzas de que uno nuevo aparten de él ese cáliz son pocas. Y lo habrá tras un largo camino de apelaciones para demostrar una defensa insuficiente y pruebas de condena escasas y débiles, pero ni el arrepentimiento de un jurado, ni las irregularidades en la consecución de un dato de otro conseguirán otra cosa que no sea sacarlo del corredor de la muerte. Es mucho. Puede que nadie le quite ya la vida. Pero tampoco nadie le devolverá ya la libertad.