Opinión
Promesa de felicidad
El desbordamiento y la politización de las protestas de los taxistas han traído, como era de esperar, perplejidad ante la deriva del movimiento y la sospecha de manipulación partidista, más en particular desde las filas de lo que queda de Podemos.
Ante esto, es tentador adelantar el argumento de que el conflicto del taxi es un caso de reconversión industrial. Bastará con combinar la liberalización del sector con una compensación justa por las licencias para calmar los ánimos. Es posible que no se encuentre otra solución. Eso no querrá decir, sin embargo, que en tal caso no se habrá dado un paso importante en un proceso de transformación social. Y es que los taxistas, que se ganan dignamente su vida después de haber satisfecho una licencia, estarán destinados a corto plazo a convertirse en mileuristas precarios y falsos autónomos. Este es el fondo del asunto y lo que explica la virulencia de la protesta de un sector que ha visto cómo los poderes públicos lo han dejado abandonado una y otra vez.
Conocemos la contrapartida. Un mundo de seres libres, iguales, sin arraigo particular y destinados a cumplir la promesa de felicidad postmoderna. Cada vez más solos, más aislados y más
–vamos a utilizar de una vez el término– «cosmopolitas» porque intercambiables con sus semejantes en cualquier parte del mundo. No porque son capaces de reconocerse en lo que les es ajeno, sino porque sólo se reconocen en la imagen que les devuelve un mundo convertido en un espejo.
Ante esto, caben muy diversas reacciones. Se puede abrazar esa forma de liberalismo como si fuera una ley ineluctable de la Historia o como si los avances tecnológicos trajeran aparejada necesariamente la devastación de la diversidad y del tejido social. O se puede intentar buscar soluciones que defiendan e incluso promocionen formas de vida que no tienen por qué ser contradictorias con las nuevas circunstancias... salvo si no se quiere hacer nada, claro está.
También parece claro que esta opción va a ser descalificada como populismo. Y que este apelativo puede llegar a provocar el mismo pánico que antes suscitaban otros, desde «liberal» a «reaccionario». La diferencia es que ahora, aunque decadentes por el momento o todavía en formación, hay grupos políticos dispuestos a canalizar el descontento.
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