Opinión

Lavorare stanca

Un 20 de febrero de 2019 y en el banquillo de las Salesas Reales el ex consejero de Territorio y Sostenibilidad de la Generalidad de Cataluña, Josep Rull, afirmó que «el derecho a poder utilizar la lengua propia, la lengua materna, es un derecho fundamental», que «a través del mecanismo de traducción consecutiva se vulnera este derecho» y que «la decisión del Tribunal hace imposible el ejercicio pleno de mi derecho a expresarme en plenitud». Unos días antes los profesores de Economía Jorge Calero y Álvaro Choi, de la Universidad de Barcelona, habían publicado un implacable paper sobre «los efectos del aprendizaje en una lengua distinta a la materna en el rendimiento del alumnado». Como demuestran los investigadores «los alumnos cuya lengua materna es el castellano alcanzan un rendimiento inferior al de sus compañeros catalanoparlantes en las competencias de lectura y ciencias (...) Estas pérdidas de rendimiento, de 10,85 puntos en ciencias y de 10,30 puntos en lectura, equivalen aproximadamente a un trimestre de escolarización». Más allá del cinismo de los acusados, capaces de reprochar la falta de traducción simultánea en un juicio mientras conculcan a diario los derechos de los escolares en Cataluña, saber que el señor Rull tuvo la potra de estudiar antes de las políticas de inmersión lingüística. A resultas de ello el señor Rull no se expresa con la sintaxis calcinada que hoy distingue a tantos jóvenes catalanes. El señor Rull, de hecho, parece bilingüe. Parafraseando la Wiki, capaz de mentir indistintamente en dos lenguas en cualquier situación comunicativa y con la misma eficacia. Lo de cualquier situación comunicativa resulta muy pertinente con ocasión de un juicio donde los acusados disfrutan a placer del derecho a sermonear al tribunal, chulear a las acusaciones, saludar a las cámaras, berrear su mercancía ideológica, desoír las tímidas peticiones para atenerse a las cuestiones que atañen a la causa, abstraerse de los hechos y, en general, convertir el Supremo en una pista de circo. Tanto Rull como, más tarde, Dolors Bassa, ex consejera de Trabajo y Asuntos Sociales de la Generalitat, invocaron el mandato democrático y la contradicción o choque entre un compromiso con el, ejém, pueblo de Cataluña, y los mandatos judiciales. Entre el deseo de urnas y el imperio de las leyes. Lo peor, insisten quienes saben, es que las deliciosas consideraciones mostradas por el Tribunal apenas servirán para concluir que, en efecto, la justicia española hace distingos entre los presuntos golpistas, dignos de toda clase de miramientos, y el 99% de los mortales. Aunque Consuelo Madrigal, atornilló a Rull cuando le preguntó por las urnas, que aterrizaron en los colegios por intervención divina («Estaba convencido de que aparecerían y aparecieron», Rull dixit), sorprendió asistir a la narcotizada exhibición de una fiscal aburrida del mundo. Entiendo que los acusados suben al banquillo para silbar que las estrellas rocío, que la calor la nevada. Verbigracia, Bassa: «El referéndum era una forma de compromiso, fue un acto más dentro de la legislatura, no fue un acto concluyente dentro de la independencia». Comprendo el fastidio de enfrentar la mendicante procesión de bolas y asumo que lavorare stanca.

Pero qué remedio, señoría, qué remedio.