Opinión
¡Bienvenidos a posverdad!
Larga es la resaca entre el hundimiento de la modernidad y la estulticia de la nada. El amplio territorio de los «pos» parece infinito. Tenemos a la vista dos largas sesiones de distorsión deliberada de la realidad. Un programa patético con el primero de los espectáculos ya en escena y el otro anunciado para dentro de unas semanas. Ambos llevan repitiendo varios años en la cartelera nacional, pero la representación se manifiesta ahora particularmente grave.
En la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo se escenifica el drama «política vs JUSTICIA», de autoría colectiva (políticos de inspiración varia), con gran asistencia de público y televisado en directo. Se trata, de una obra «de tesis». En un lado se pretende convencer de que el sentimiento (la idea hecha emoción), en este caso el nacionalismo sectario, no tiene más límites de los que el sujeto se autoimponga y, por consiguiente, cualquier restricción, de otra naturaleza, coarta su libertad y le convierte en víctima de la represión. La ideología todo lo justifica. Así para el independentista su idea, o más claro su logomaquia proyectada políticamente, no admite más fin que la imposición de su modelo, sea como fuere; eso sí arropada por un lenguaje hinchado de falsedades, cuya repetición hasta la náusea pretende convertirlo en «verdad». Un ejercicio innoble de propaganda debidamente orquestado.
En el otro papel aparece la JUSTICIA, apoyada en el derecho, como expresión racional de la garantía de libertad posible para todos; por tanto necesariamente limitada. Ante ella el político se otorga una «patente de corso» que, supuestamente, le eximirá de su condición de justiciable. Se trata de los mismos políticos, de diverso signo, que han creado los problemas que ahora padecemos. Algunos de los cuales, además, han incumplido la ley con acciones, no con ideas, evidentemente graves y violentas. A éstos, que se niegan a ser juzgados parapetándose en sus ideas y en el supuesto mandato popular, se les juzga pues por sus actos.
Han sido muchos los juristas, políticos y periodistas que han escrito, especialmente desde hace algunos meses, sobre el binomio política y justicia. Politización de la justicia y judicialización de la política han sido objeto de planteamientos más o menos sectarios y, en ocasiones, con la finalidad de confundir a la sociedad. No se trata aquí de si el poder ejecutivo tiene mayor o menor capacidad de influencia en el judicial, sino de la naturaleza criminal de los hechos ocurridos. Estamos simplemente ante una batalla decisiva, una cuestión capital para el presente y el futuro. España es, ahora más que nunca, una lucha entre la política y la JUSTICIA. No nos dejemos aturdir por el ruido y la manipulación y esperemos que la ley se aplique, a pesar del desgaste que ello suponga, desgraciadamente, dentro y fuera de nuestro país. Desde la cobardía y la injusticia será imposible construir un mañana abierto a todos en pie de igualdad.
El festival siguiente, la tragicomedia electoral, en dos actos, titulada «Elecciones generales (28-A), europeas, municipales y autonómicas (donde corresponda) (26-M)», se presenta entre la diversión, la desconfianza, el hastío, el despilfarro y la incertidumbre sobre quién engañará mejor al público. Los protagonistas de la función se ofrecen para salvarnos, cueste lo que cueste, nunca mejor dicho; presentándose como víctimas de la maldad de sus oponentes. El esperpéntico discurso en el que se anunció la consulta popular fue una clara muestra.
Hay que halagar a los jóvenes, emblema de progreso, pero sin desairar a los mayores, más numerosos; aunque los mensajes de algún sector excesivamente «progre», referidos a éstos últimos devienen poco tranquilizadores. Por supuesto alentar el «hembrismo», acentuar la división social, y decir aquello que mejor convenga, sea lo que sea, coherente o no. Llamadas a la unidad y al conjunto de los españoles, mientras se demoniza, sectariamente, a los adversarios y se proclama que jamás se pactará con tales o cuales partidos. Promesas, promesas, promesas para incumplirlas todas, o casi todas. Mentiras, mentiras y mentiras difundidas de modo obsceno. No importa, pues habitamos «posverdad».
La mayoría de los ciudadanos piensa, casi exclusivamente, en cómo llegar a fin de mes lejos de preocupaciones éticas y estéticas, no se cuestiona ni siquiera el estilo. Se refugian en la trinchera de los prejuicios, y con ellos votan. Tal vez porque al recibir, a través de los medios de comunicación un exceso de «información», están incapacitados para entender casi nada.
Atrapados en la desorientación y anestesiados por la vacuidad ridícula de que «el pueblo no se equivoca nunca», se sienten un tanto perplejos ante lo que viene a ser como aquella fórmula mágica de Espartero quien, incapaz de mayores teorías políticas, proclamaba ¡cúmplase la voluntad nacional!, panacea salvífica solo cuando coincidía con la de Don Baldomero, sin valorar como podía manifestarse ésta con el sistema y las prácticas electorales entonces en vigor.
La falta de seriedad de los buscadores del poder, que nos acosan, se me antoja comparable a la del periodista (?) que hace pocas fechas publicaba en un medio digital la siguiente «perla»: «Un día apareció muerto el cadáver de un vecino a las orillas del pueblo». Ni tienen, ni se tienen el menor respeto intelectual, convencidos de que el ciudadano con derecho a voto es, simplemente, idiota o devoto. Veremos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar