Opinión

Entre el golpe y la ficción

A los líderes independentistas el juicio solo les puede salir mal. Al fin y al cabo solo tienen dos alternativas, y las dos son pésimas para sus intereses. O bien asumen que llevaron a cabo un inaudito intento de ruptura del orden constitucional y democrático o bien reconocen que embaucaron a millones de catalanes y de españoles, jugando con sus sentimientos y haciéndoles creer que llevaban a cabo algo que en realidad no estaban haciendo. No tengo claro cuál de las dos opciones es peor: el golpe a la democracia o el embuste a los electores. Porque todos los que ahora dicen que aquello fue una mera proclamación política de intenciones, un simple órdago negociador o una declaración simbólica, son los mismos que hicieron crear a millones de catalanes y de españoles que estaban a punto de consumar la ruptura con el Estado y de alumbrar una nueva República. Más aún, llegaron a convencer a muchos que la comunidad internacional recibiría con los brazos abiertos al nuevo Estado.

Todos los que vivimos aquellos hechos recordamos la enorme tensión que se vivió y el clima de angustia que se extendió. Si no iban en serio, lo disimularon muy bien. Si no querían romper, se podían haber ahorrado someter a toda una comunidad a un desgarro interior que tardará años en cicatrizar.

Todavía en muchos pueblos de la Cataluña interior se leen grandes murales con la inscripción «som República». Pero lo peor es que la inscripción ha estado grabada en la cabeza y en el corazón del independentismo durante meses. Hasta hace poco muchos catalanes seguían defendiendo que había que «implementar la República» y consideraban a Puigdemont el presidente legítimo de la misma. Para comprender el clima emocional que posibilitó esta «ilusión colectiva», recomiendo leer el artículo científico que acaban de publicar Oller, Satorra y Tobeña en la prestigiosa revista internacional Psichology, donde se exploran los mundos emocionales y las autorepresentaciones de los independentistas y los constitucionalistas.

Parece que finalmente empieza a pincharse la burbuja. Por fin la mayoría de catalanes saben que el procés ha sido un bucle de escapismo colectivo. Como siempre acaba sucediendo, la realidad se impone a la ficción. Pero hay que seguir haciendo mucha pedagogía. Solo lograremos superar el bucle independentista desde el realismo. Dado que muchos líderes políticos no se atreven a decir en público lo que dicen en privado, la verdad tiene que emerger de fuentes insospechadas. Como aquel mosso anónimo, al que una cámara hurtó una frase lapidaria para la historia: «La República no existe, idiota». Una frase nacida del corazón sencillo del pueblo hizo más que algunas disposiciones constitucionales. El Estado doblegó la insurrección. Entre todos acabaremos desbaratando también la ficción.