Opinión

Una insurrección organizada y violenta

Había interés por escuchar a Enric Millo, ex delegado del gobierno en Cataluña. Recuerden que en su momento pidió disculpas por las imágenes de heridos, muy publicitadas robots de distribución de fake

news rusos. Ayer, lejos de insistir en su acrisolada lástima o de rebozarse en el quejío explicó que durante semanas en Cataluña las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado vivieron episodios de «acoso,

hostigamiento y violencia».

Así «Hubo cercos, arrojo de objetos, incluso incendiarios, acoso a los propios agentes, a las comitivas judiciales, a los vehículos de las comitivas judiciales, a hoteles donde había policías y guardias civiles alojados, ante las propias subdelegaciones en las cuatro

provincias, a la propia delegación...».

Aunque más tarde un digital mintió para hacerle decir lo que no dijo, a saber, que el independentismo, así, globalmente considerado, era y es violento, expuso que hubo decenas de actos violentos en toda Cataluña, perfectamente coordinados y con unos grupos detrás «capaces de movilizar a 500 personas» en minutos. Fue también importante su relato de los encuentros con Puigdemont,

que llegó a afirmar que «Yo ya no puedo dar marcha atrás. Voy a convocar el referéndum y después seguimos hablando». Una vez y otra vez, en cuanto tocaba implementar una «actuación judicial», entraban en escena individuos dispuestos a evitarlo. Siempre, claro,

al ritmo sincopado que marcaban el propio gobierno de la Generalidad y las organizaciones sociales. Encantadas de exhibirse en el papel de garantes de unas instituciones que ellas mismas querían arruinar. Para rematar la historia de la kale

borroka bien engrasada y de unos gobernantes decididos a desobedecer los requerimientos de los ropones faltaba la policía autonómica. 17.000 agentes obligados a impedir la celebración de un referéndum ilegal y cuya actuación el 1-0 puede calificarse sin temor a hipérbole

de burla histórica.

Llegados a este punto saluden al coronel de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos,

jefe del operativo policial. Su discurso, puntilloso, sobrio, provoca una cierta estupefacción al compararlo con el de sus superiores, los señores Zoido,

Rajoy y etc. Olviden los no me acuerdo. De los Cobos, como antes Millo y sobre todo el día anterior Nieto, rememoraba con claridad, recordaba las fechas, podía citar las órdenes de la juez casi de forma literal y, sobre todo, parecía más que dispuesto a responsabilizarse de lo ocurrido. Sus palabras, además, desarbolan las apelaciones a las risueñas masas autorganizadas con un beso y una flor en bandolera. Aquel día pasó lo que pasó, entre otras cosas –vamos a olvidar el ofrecimiento por parte del gobierno central para que el referéndum trocara en fiesta bufa en mitad de las plazas– porque el mayor Josep Lluís Trapero, lejos de elaborar un plan, parecía dispuesto a arbitrar «unas elecciones habituales o una consulta legal». Sus jefes estaban por la labor de desacreditar y traicionar a la Policía y Guardia Civil, a cuyos agentes pretendían abandonar en tierra hostil. Aunque había sospechas respecto a los Mossos desde hacía tiempo, fomentadas por su exótica disposición durante las reuniones, el momento clave tiene lugar el mismo 1 de octubre. Cuando queda acreditado que la colaboración que su colaboración era «nula». Fue entonces

que los agentes llegaron a los colegios y encontraron «una situación de una gravedad bastante mayor de la que inicialmente preveíamos». Nunca agradeceremos lo suficiente su profesionalidad, delante de unos exaltados y con ancianos y niños situados en el papel de escudos humanos. Quien dude puede comparar con las cargas de los Mossos un viernes de mayo de 2011 en Plaza Cataluña, con ocasión de las protestas del 15-M. Las productoras de trolas han dibujado una caricatura sangrienta, pero los españoles podemos vanagloriarnos de la actuación de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.