Opinión
Níger, la encrucijada a Europa
Por Ángel Sastre. Fotos: Sebastián Castañeda.
Rosario Enmmato, de Costa de Marfil, ya no mira a los ojos. Tan solo apoya su cuerpo sobre la pared de un guetto, un lugar clandestino donde espera junto a sus dos amigos a que un traficante venga por ellos. Su objetivo: Intentar de nuevo atravesar el desierto del Sahel. Un viaje de destino incierto y peligroso como atestiguan las cicatrices de su rostro, desfigurado. Con 14 años ha vivido un tormento que difícilmente se atreve a narrar, lo intentó, fracaso y sufrió. Pero volverá a recorrer la misma ruta de la muerte, porque como puede leerse grabado en los muros de este oscuro agujero: “Europa o nada”.
Se encuentra en la ciudad de Agadez, Níger, donde junto a sus compañeros de penuria repasa el trozo de un mapa carcomido. Un tasbih, una serie de cuentas o bolitas unidas por un hilo, similar a un rosario, marca la posible travesía. “Quería llegar a Libia, e ir a Italia pero la policía en Burkina Faso nos interceptó, lloré y lloré hasta que nos soltaron pero antes, tomaron todo el dinero que teníamos. Volvimos y ahora juntamos de nuevo para regresar” afirma. Cuesta escucharlo, su voz se entrecorta, apenas susurra, solo mira al suelo, hacia el mapa.
Es la nueva realidad de los inmigrantes que quedan varados en Níger, tras ser devueltos de Argelia o Libia. Un cambio de política tras las cantidades ingentes de dinero aportadas por la Unión Europea a estos países para que detengan el éxodo. Según la Organización Internacional para la Migración de la ONU (OIM), en enero pasado 4.151 migrantes regresaron, frente a los 3.085 que partieron hacia la costa norte. La problemática para ellos, atrapados en esta encrucijada, consiste en cómo conseguir de una suma que les permita moverse de nuevo, en un país con el índice de desarrollo más bajo del planeta. La solución no es sencilla.
Merien de 32 años, nigeriana, se tumba en un colchón que prácticamente ocupa toda la casa de adobe, acaricia los pies de ébano de Ibete, su compañera. Ambas se dedican a la prostitución desde hace tres años. Lleva puesto una especie de túnica azul de una pieza y un pañuelo de cuadros con el que tapa su rostro cuando la sacamos fotos. “Trabajo para mí, no para ningún hombre. A veces gano tres dólares al día, a veces nada. Solo quiero una vida buena, aquí o en otro país. Tengo familia preocupada, no les he dicho que no llegué a Europa, que sigo en Níger y lo que hago, por vergüenza” comenta.
“Empezar una vida nueva en otro país, alguien que me ayude para emprender un negocio, porque se llevar los negocios. Lo hacía en Nigeria, hablo inglés y francés. Tenía un amigo que me dijo ‘ven a Libia luego a Italia, te presto el dinero y me lo pagas aquí, prostituyéndote’. Pero en el desierto la policía me robó todo, me hirieron, me abandonaron. Estuve tres meses a la deriva hasta que un camión pasó y nos devolvió a Níger. Casi morimos” agrega.
Otra de las vías para intentar conseguir el dinero es la minería de oro y uranio. Fohud disuelve el metal dorado en una pequeña finca rodeada de montículos de arena, el sonido de palas es incesante. Polvo, el sol arde, jornadas de 12 y 14 horas al día por dos o tres dólares. Lleva una camiseta del Barcelona, el resto trabaja sin camisa, algunos descalzos. “No quiero estar más tiempo aquí, ya llevo tres meses, si encuentro más dinero me iré a Europa, pero ahora no lo tengo” afirma, mientras recuerda su odisea.
“El viaje empezó en Guinea, después pagamos el dinero en Mali para cruzar Argelia, 150.000 Siffa -350 dólares-. Estuve en un pueblo de Argelia llamado Barbaguemanta. Allí empezaron a comprar personas”
“En Argelia directamente éramos esclavos, dos de los nuestros murieron, nos agarraron y nos metieron primero en una celda, era policía, después no sabía de quien se trataba, estuve ocho meses secuestrado. Hasta que pagué al final, trabajando, y algo que dio mi familia para que me liberaran”.
Agadez se ha convertido en la puerta a Europa, un embudo por donde pasan la mayoría de inmigrantes que emprenden la peligrosa ruta del Mediterráneo que 500.000 personas han recorrido en los últimos cuatro años. 15.000 murieron, tragadas por el mar. “La ciudad de Arena” es por tanto, la parada obligatoria donde contratar a los diferentes “piratas del desierto” que los trasladan hasta Libia o Argelia. Donde son abandonados a su suerte, o al mejor postor. De allí en lancha hasta costas italianas. Los peligros son múltiples con el Sahara controlado por los Tuaregs y una fuerte presencia de Al Qaeda en la frontera con Mali. Además las patrullas de los diferentes gobiernos corruptos y sedientos del dinero que portan los inmigrantes, conlleva el riesgo de robo, asesinato y secuestro, en mitad de la nada.
Diffa, la frontera caliente
Podría decirse que Bunu Alí, nigeriano de 74 años posee siete vidas. Su mujer Bintou Ali, de 31, le acerca un cuenco de agua, se lo arrima a su mano para que pueda agarrarlo, palparlo. Bunu es ciego, permanece con ojos vidriosos sentado junto a un fuego, un con bastón en la mano. Ocupa una de las tiendas del campo de refugiados de Sayam Forage, donde 13.000 nigerianos residen tras huir del terror, del grupo terrorista Boko Haram.
“He sobrevivido a cuatro ataques consecutivos. En el primero llegaron y arrasaron la aldea Kaou Kiria, mataron a mis dos hijos y mi mujer. A sus mis hijos los metieron en el río y los ahogaron, a mi me golpearon con la culata, me desmayé, pensaron que estaba muerto. Cuando desperté vi los cadáveres flotando en el rio. Me trasladé a otra aldea, Kotou Mota, ya en Níger, donde hubo otro ataque y asesinaron a dos personas. Después me moví a otras dos aldeas, Blortoungour y la última, Yebi. Ambas también arrasadas. Finalmente llegué hasta aquí, conocí a mi mujer, nos casamos y cuidamos juntos de sus cuatro hijos. Volví a nacer” cuenta.
A unas cuantas tiendas de allí, se encuentra Buntee Abbaggana de 30 años también Nigeriana. Lleva un bebe en la espalda sostenido por un pañuelo, solo un momento en el que asoma la cabeza delata su presencia. Se trata del método habitual con el que las mujeres transportan a sus hijos, porque desde que nacen no tienen descanso, empiezan a trabajar y hacer las tareas del hogar. Necesitan las manos libres.
Buntee no quiere que sus vecinos escuchen la historia. Nos apartamos. “Fuimos emboscados en Damasak –Nigeria-. “Mataron a mis hermanos y a mi marido. A mí y mis hijos nos encerraron en mi casas, nos tuvieron secuestrados dos semanas. Después se llevaron a mis dos dos hijos, no he vuelto a saber de ellos”.
Desde 2004, miles de personas han muerto en manos de Boko Haram, en Nigeria, quienes juran fidelidad al Estado Islámico. En los últimos años el conflicto se ha reactivado y el grupo insurgente ha tomado el control del lago Chad. Más de mil menores de edad han sido secuestrados por el grupo terrorista Boko Haram desde 2013, según datos del Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef, por su sigla en Inglés).
En el centro del campo reparten alimentos. La gente se agolpa, son tres días repartiendo víveres que duraran un mes. La harina y el arroz en la base. Niños y mujeres portan los sacos en carros o en sus hombros y cabezas. De nuevo los hombres ausentes en la tareas rutinarias. Y una realidad: El número de refugiados en Níger, una especie de oasis en medio del caos, sigue creciendo y lo seguirá haciendo mientras no se ponga fin a los conflictos de origen.
Yvette Muhinpundu, Asistente Representante de Protección en ACNUR nos los explica: “Estamos trabajando con cinco proyectos: Tenemos 58.000 refugiados procedentes de Mali localizados en tres áreas. De Nigeria 120.000 están en Diffa en Saya Foram hay… pero el resto está en guettos o con mezclados con población. También tenemos otra parte mixta de migración que trata de llegar a Libia. Pero una vez llegan a Libia es demasiado tarde, así que tratamos de parar el movimiento desde aquí, asistirlos”
“Ya conoces la situación en Libia, no hay protección hay mucha violencia, muchos denuncian que son violados, torturados, abusos… intentamos traerlos de los centros de detención hasta Niamey para encontrar una solución. Ya hemos evacuado a 1500 pero esperamos a 3670 más, los cuales serán recibidos muy pronto” añade.
La carretera sin rumbo
Otra de las zonas que han acabado acogiendo refugiados, a unos 30 kilómetros de Diffa, esta vez de manera improvisada, es la ruta nacional 1 donde más de 250.000 personas se desparraman a lo largo de 200 kilómetros de carretera. También escaparon del horror yihadista.
Mosain Raffat se mueve con soltura entre el laberinto de chozas de adobe y paja, situado en una de las veredas de la carretera. Cuando llegaron eran 1.200, ahora son más de 4.000. “Quemaron hasta los cimientos mi localidad, Dalori, intenté volver, pero violaron a las mujeres, se llevaron algunas, y a los niños. Yo pude salvar a mi familia, tan solo cruce, seguí la carretera pero no podemos comtinuar, así que construimos con otros, este pueblo” explica.
Mientras, en Agadez, cae la noche. Suena cantos en el minarete de la mezquita principal, con ese obelisco de arcilla que se erige en el horizonte, invitando a rezar. En el guetto la luz se cuela por un pequeño orificio. Rosario sigue en la misma posición, intentando encontrar la postura para poder dormir, hasta que aparece un hombre con un turbante que les grita: “yallah, yallah” –vamos, vamos-. El joven que tan solo porta un bidón de agua en la mano, y sus dos amigos, montan en la parte trasera de una camioneta, que ya se encuentra repleta. Se pierden en el desierto, la luz del coche se desvanece. Quizás está vez, puedan lograrlo.
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