Opinión
El “procés” y la soledad judicial
El juicio del «procés» avanza con normalidad y sin incidentes y pronto entrará, salvo sorpresas, en un periodo de monótona rutina procesal. Nada está escrito pero, fuera rebelión o no lo fuera, las evidencias de que Junqueras y la mayoría de los demás procesados traspasaron los límites de la legalidad se multiplican, a pesar incluso de la surrealista declaración del ex ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, que quizá nunca llegó a saber al frente de qué departamento estaba. Sus subordinados y los mandos policiales –incluidos los de los Mossos– dejaron todo bastante claro. Para Puigdemont, Junqueras, Forcadell y compañía, a pesar de haber sido advertidos, el respeto a la legalidad y la posibilidad de que hubiera incidentes era un asunto menor, que no les importaba lo más mínimo.
Los independentistas han sido desnudados por la Justicia que, al final, se ha visto obligada a actuar donde no lo hicieron sucesivos gobiernos, desde los de Zapatero –en menor medida aunque fueron el origen–, hasta los de Rajoy –en mayor–, que se encontraron ante desafíos muy superiores. Ahora, desde el equipo de Sánchez, que incluso habla bien de Rajoy y lo pone de ejemplo de tolerancia, se envía el mensaje de que si el Tribunal Constitucional hubiera intervenido cuando no se respetaron sus requerimientos, no se hubiera llegado donde se llegó.
El Tribunal que preside Manuel Marchena tiene en sus manos el futuro de los procesados, aunque no es descartable un indulto –ya habla de ello hasta Tardá– si hay condenas y gobierna el PSOE. Desde el Poder Judicial, en cualquier caso, llega el lamento de que la Justicia y los jueces se han quedado solos –y como último recurso– ante un asunto político y de la magnitud de los sucesos de octubre de 2017, el mayor desafío que ha tenido que afrontar España desde el intento de golpe de Estado de Tejero.
Los magistrados del Supremo conviven con «la soledad judicial», pero harán –ya lo hacen– su trabajo con eficacia y profesionalidad. Además, la Sala que preside Marchena también aporta sus dosis de innovación. La ley dice que los acusados deben estar en el banquillo, pero algunos no se sientan allí sino detrás de sus respectivos abogados. El Tribunal les ofreció esa posibilidad para que pudiera haber mejor y más fluida comunicación con sus letrados, y algunos la han aceptado. Es una interpretación novedosa, que sentará un precedente, y que transita paralela a esa «soledad judicial» ante el «procés».
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