Opinión

Nuevas y hermosas coincidencias

El juicio del «procés» no deja de facturar coincidencias emocionantes. Delante de los ropones teníamos al comisario de los Mossos Emilio Quevedo, jefe de la Comisaría General Técnica de Planificación, larga que te larga sobre la inanición de los gobernantes en Cataluña, cuando no sobre su evidente intención de pasarse por salva sea la parte los mandatos judiciales y los informes de su propia policía, que apuntaba de forma explícita a la posibilidad de un estallido violento. «Puigdemont cerró la reunión», una de varias, «diciendo que tenía un mandato que cumplir y que lo iban a cumplir, que entendían nuestras razones pero que tenían un mandato avalado por los resultados electorales y que iban a llevar adelante sus planes». Música para las acusaciones. Azufre para unos abogados que venían de intentar remediar las palabras de Manel Castellví, en 2017 jefe de la comisaría General de Información y en 2019 máximo sepulturero de las bellas esperanzas de los románticos insurrectos. Recuerden que el viernes Castellví insistió en trazar un paisaje de políticos que hacían y decían con independencia de lo que dispongan los jueces y recojan las leyes. Unos políticos determinados a cumplir con el mandato plebiscitario de cuantos tiranos banderas en el mundo hubo. Unos políticos a los que hasta ahora solo venía salvando su augusto culo la evidencia de que el Gobierno central actuó con injustificable dejadez. Con lo que siempre costaba argumentar cómo era posible que aquello fuera un golpe si teníamos al gobierno y sus ministros de francachela o enfrascado en la lectura y comentario de la prensa deportiva, que hay qué ver cómo viene La Liga y la de copas que nos lleva ganadas el Madrid. Pero hablaba de acontecimientos simultáneos y hermanos. De sucesos bellamente reveladores, verbigracia la advertencia y ultimátum de la Junta Electoral Central al Señor de las Bestias, Quim Torra, al que da 48 horas para retirar la basura color canario de los edificios oficiales y las calles, en cumplimiento del deber de neutralidad que debe exhibir el poder y de la prohibición de que los espacios públicos sean transformados en lustrosos belenes al servicio de una determinada opción política. Con admirable precisión la Junta Electoral recuerda que «el lazo amarillo se ha utilizado para recordar a dirigentes o candidatos pertenecientes a formaciones políticas que se encuentran en situación de prisión preventiva» y que los lazos, lacitos y lazadas amarillos «pueden ser legítimamente utilizados por estas formaciones en su propaganda electoral, pero no por los poderes públicos, ya que deben mantener una rigurosa neutralidad política». Aquí tienen, de nuevo, el caliente contacto entre lo real y reglado y lo patafísico y simbólico. Ese tacto áspero, esa corporeidad mortal y rosa que algunos creyeron que lo mismo valía para fumigar leyes y reventar el edificio constitucional como para poner carita de nenes consentidos pillados en falta. Y mira tú, oh, resulta que tiene consecuencias. Aunque, ¿saben? Yo al Señor de las Bestias lo encuentro poco hambriento de épica. No sé, más dado a hacerse el remolón y decir que él prefiere dedicarse a la poesía, como buen diarista, y que esto de desobedecer las reclamaciones de la Junta Electoral a ver si no va traerle un disgusto.
Milagros de ponerse serios, de evitar el postuero y comprender las virtudes de la terapia realista, que funciona igual, con la misma eficacia, con un político levantisco que con un niño consentido o con felino en mitad de la pista del circo. A lo mejor con un poquito menos de juerga y unas gotas de respeto a las reglas que nos dimos en 1978 nos habría ido bastante mejor a todos.