Opinión

¿Torra? ¿Qué Torra?

Si hay que negar se niega, que ya cantará el gallo. Es meritorio el equilibrismo del PSOE de Sánchez a la hora de abjurar en esta precampaña electoral de cualquier atisbo de entendimiento con el independentismo catalán y al mismo tiempo silbar y mirar hacia arriba cuando se les pregunta, a propósito de si se descarta pacto post electoral alguno con las fuerzas secesionistas, de ser necesario su apoyo para continuar al frente de la Moncloa. Una mezcla de amnesia y travestismo que evidencia no pocos interrogantes cuando se ponen sobre la mesa enunciados como comprometerse públicamente ante los españoles a no dar ni un paso atrás frente a la voracidad separatista y el chantaje de sus votos o a pronunciar un NO con mayúsculas a cualquier hipótesis de indulto, en el caso de que la sentencia del «procés» sea condenatoria. Silencio administrativo. Tal vez por ello sea el asunto catalán el primer quebradero de cabeza y talón de Aquiles en la carrera socialista hacia el «28-A».

Hay cosas que se pueden negar, matizar, desmentir o edulcorar, e incluso en política hasta se pueden reconocer errores que el elector sabe perdonar, pero lo que no suele resultar rentable es hacerse trampas en el solario o, lo que es peor, tratar de hacérselas a los demás. De momento, el PSOE está mostrando algún indicativo sobre lo que puede ocurrir tras las generales de necesitar la mayoría de la moción de censura para que Sánchez siga en la Moncloa. No sólo mandando a Borrell a Europa, lejos de la vista de un congratulado independentismo, sino insistiendo en ese eufemístico discurso de la España plurisentimental sostenido en el mantra del diálogo como expresión encubridora de fines más nebulosos. Pero sobre todo choca la naturalidad con que se niegan ahora evidencias en forma de permisividad y concesiones que están en hemerotecas o archivos de sonido y en la reciente memoria colectiva. A saber: uno, reapertura de «embajadas» y reactivación del «Diplocat». Dos, cese del abogado del Estado antes de iniciarse el juicio del «procés». Tres, nombramiento de un sucesor partidario de penas por delito de sedición frente a las más duras por rebelión. Cuatro, declaración de «Pedralbes» que canjeaba respeto constitucional por «seguridad jurídica». Cinco, rápido acercamiento de presos. Seis, asunción de la «mesa de partidos» no dando por suficiente la legitimidad del Parlamento. Siete, aceptación de la figura del «relator», demoledora para la imagen del Estado. Siete cesiones al independentismo en el periodo de gobierno más corto de nuestra democracia, poco menos de nueve meses hasta el anuncio de unas elecciones tras las que otro «socio» en potencia entrará en el congreso con los diputados de la alianza Esquerra-Bildu de Otegui. Demasiado evidentes y recientes para negarlas. Hubo un tiempo no lejano en el que el lazo amarillo entró en la Moncloa, por mucho que Pedro niegue tres o mil veces a Torra.