Opinión
Contra la barbarie
Un niño casi muere a consecuencia del tétanos y sus padres insisten en que no lo piensan vacunar. Un niño en Oregón, sí, a punto de palmar por una enfermedad letal, que provoca un dolor espantoso, y los progenitores alelados con el cuento memo del autismo que según predicaba un estafador hace muchos años debemos de atribuir a las vacunas. Una patraña desmantelada hasta la raíz por todos los informes y metaestudios que imaginen. Si desea información al respecto busquen las fuentes habituales, OMS y etc. Pero no crean que el cuento anticientífico corresponde en exclusiva al pijerío analfabeto de EEUU. En España, sin ir más lejos, tenemos eurodiputados de un partido supuestamente progresista, en realidad retrógrado y amigo de tribalistas, que militan felices en el bando antivacunas. Brillan ahí igual que ofrecen su votos a los enemigos de los pesticidas e invocan supuestos estudios que no se sostienen con la literatura científica en la mano. Pero ya se sabe que para esta pobre gente, y para los pobres niños que padecen su tutela, la ciencia está al servicio de unos enanos malvados que manejan los hilos y los científicos son unos tipos torvos que dedican sus días al poco noble oficio del sobrecoger fajos por las peores esquinas de la noche a lomos de un lobby. Son los mismos, al fin, que entienden que la manipulación genética de la soja o el trigo es una cosa muy fea, como de película espantosa de serie B de los años cincuenta, sin comprender siquiera que el pan que hacían sus bisabuelas también estaba a amasado a partir de una harina, y antes de un trigo, modificado por siglos de agricultura. Lo natural, dicen los pobres diablos, igual que luego pagan el triple por una fruta orgánica. Como si las otras manzanas y peras fueran piedras. Yo ya ni sé porque escribimos de ellos. Me angustia su fe terraplanista, sus vestigios paleolíticos, sus tics y modas medievales, sus querencias distópicas, su nostalgia sin desinfectar, sus pamplinas posmodernistas, sus falacias, simplezas y trolas... más la suicida disposición de hacernos regresar al arrozal como si esto fuera Camboya. Luego recuerdo que siempre hay un niño puteado y unos padres infantilizados impresentables, y que toca denunciarlo, una vez, y otra, y otra más, para cumplir con el sacrosanto principio de escribir en favor de las víctimas y contra la barbarie.
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