Opinión

La España vaciada

Era la primera vez que participaba en una manifestación desde mis lejanos años de la Universidad cuando nos enfrentábamos a la estrecha vigilancia de los «grises». Acostumbro a huir del barullo y del alboroto. No suele conducir a nada. Pero esta vez tenía que estar allí, en la Castellana de Madrid, con la gente de la España olvidada, mi gente. Además de un legítimo desahogo después de tantos gritos desoídos, era una necesidad moral. No en vano pertenezco a la comarca de las Tierras Altas, de Soria, convertida en la más despoblada de Europa, con menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado. Un desierto demográfico en lo que fue cabeza de la Mesta. Sé de lo que hablo. He visto de cerca cómo se convertía la patria de mi infancia en un cementerio de pueblos muertos, entre ellos el mío, a pesar de sus esfuerzos por sobrevivir. Y he escrito cientos de artículos y algunos libros sobre el final de la milenaria civilización rural. Así que tenía que estar allí, bajo la lluvia, acompañando a las gentes de la España vaciada, que no encontraban ni un urinario en todo el Paseo de la Castellana.

La revuelta, montada por «Soria, ¡ya!» y «Teruel existe» ha encontrado una respuesta entusiasta en toda la España rural, poco dada, como yo, a las manifestaciones y los tumultos. Sólo piden justicia e igualdad ante los oídos sordos de los poderes públicos. Comunicaciones, escuelas, servicios sanitarios dignos... Lo importante es que esto nace de abajo. Se ha llegado al límite del aguante. Pocas veces los representantes de los partidos han sido tan orillados y pasados por encima con tanta educación. No eran bien vistos, y menos en vísperas electorales. ¿Qué han hecho por esta España rural, a la que ahora piden el voto? No es la hora de exhibirse. Es la de pedir disculpas. También los medios de comunicación, que han vivido, como los políticos, de espaldas a este problema crucial, que afecta además directamente a la vertebración de España. Ha sido más que abandono. Vaciar Castilla y Aragón, y sus alrededores, ha obedecido, eso pensamos muchos de los que íbamos el domingo bajo las pancartas, a un estratégico propósito político de vaciamiento y desvertebración. De ahí la importancia de este levantamiento popular del 31 de Marzo. Por eso, los impulsores de la revuelta repudian expresamente lo de la «España vacía» y su interpretación del mundo rural como la España negra e inhabitable. La expresión enmascara a los responsables del vaciamiento. El vacío, como dice Machado, está más bien en la cabeza.