Opinión

La España de Sánchez

Desde hace muchos años, desde que durante la Transición quedaron marginados los grupos ultras, la violencia política en España había desaparecido... excepto la relacionada con el nacionalismo. La violencia política terrorista se encaminaba a la destrucción de la España constitucional y atacaba a sus víctimas no por razones de ideología o de estrategia política (que tampoco faltaban), sino porque eran españolas. Esa trágica historia pareció llegar a su fin cuando el final de ETA en 2011.

No ha sido así, sin embargo, y hoy la violencia política ha vuelto a nuestro país, con ataques a personas, partidos políticos y organizaciones constitucionalistas y no nacionalistas. Ahí están los casos del ataque separatista a S’HA ACABAT! Y a una candidata del PP en la UAB, el boicot al acto de Ciudadanos en Rentería, los ataques a los mítines de Vox en Barcelona, San Sebastián y Bilbao. Sumados a los brotes de violencia ejercidos contra particulares, personas y grupos destacados en la defensa de la Constitución y la lucha contra el nacionalismo, conforman un panorama nuevo: la violencia se está incorporando a las costumbres políticas. Y en toda España.

Esta nueva violencia política coincide con una deriva específica de la izquierda española: una actitud de militancia hispanófoba en los círculos de extrema izquierda más o menos podemitas y una actitud dialogante con el nacionalismo, que se manifiesta en la actitud errática y en general abstencionista de los socialistas. El PSOE, y en particular el Gobierno, pocas veces condenan esta violencia, cada vez más sistemática, que les permite apuntalar una supuesta moderación.

Nos vamos instalando así en la sociedad que nos espera a la vuelta de las elecciones en caso de ganar los socialistas al frente de su coalición de nacionalistas y extrema izquierda. Con la Transición la violencia –fuera del terrorismo– quedó desterrada porque, salvo los nacionalistas, los demás partidos revisaron sus posiciones históricas, abrazaron la España constitucional y tenían conciencia de formar parte del Estado. Los nacionalistas siguen sin haber hecho autocrítica, y el PSOE, cada vez más nostálgico del republicanismo a la española, ha abandonado lo demás. Su proyecto va encaminado a la formulación de una España en la que aquellas organizaciones y aquellas personas que abrazan la España constitucional van a verse más y más acosadas. Y serán consideradas, como ya está ocurriendo, agentes provocadores de la misma violencia de la que son víctimas. Es la España de Sánchez.