Opinión
Mockba
Cuando nada se me ocurre –sucede hoy–, busco el recurso de la cursilería del lenguaje autonómico, ya establecido en los medios impresos y audiovisuales que informan en español o castellano, el segundo idioma hablado y comprendido del mundo. Covarrubias en su diccionario, que sirve de punto de partida a la primera edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE, se refiere al español o castellano como cuerpos inseparables. En el siglo XX, uno de los sumos sacerdotes de nuestra prosa, Camilo J. Cela, opina que es error el arranque de Covarrubias, por ser el castellano «el bellísimo español que se habla en Castilla». El español escrito es común allí donde se escribe, pero el español hablado está sujeto a giros y acentos que lo enriquecen. El periodismo no es culto ni respetuoso en ese sentido, porque escribe y habla el español a la manera autonómica, monumental cursilería. España cuenta con diferentes idiomas oficiales, pero mezclar éstos con la lengua común equivale a una permanente agresión cultural. En Cataluña se escribe y se pronuncia, cuando en catalán se habla o escribe, de manera diferente a cuando se habla y escribe en español. Generalitat es Generalidad, Vilanova y la Geltrú es Villanueva y Geltrú, y Parlament es Parlamento. En todos los medios escritos y hablados en español se cae en la cursilería de usar esas voces que están tan bien representadas en nuestro idioma de todos. Se escribe en muchos medios Gipúzkoa y Otegi, es decir, «Jipúzcoa» y «Oteji» en la correcta pronunciación. En español, Guipúzcoa y Otegui. Me duele más la cursilería de «Jipúzcoa» que la de «Oteji», por ser la primera una amadísima provincia vascongada y el segundo un miserable terrorista, se escriba como se escriba y se pronuncie como se pronuncie. Esos medios –prácticamente la totalidad de ellos–, tan frágiles en la coherencia lingüística, no superan en cambio, el límite de nuestras fronteras. No se escribe que el Ministro de Asuntos Exteriores haya viajado a London o a Bruxelles, ni que la ministra Calvo haya sido recibida por el ama de llaves de Putin en Mockba, ni que la Reina Elisabeth se sienta herida por las extravagancias que protagoniza su nieta política Megan, ni que Donald Trump se disponga a recibir en la White House a Irene Montero para mostrarle la fabulosa plantación de coliflowers que luce en sus jardines. El vascuence – así se dice y escribe en español–, que hoy impera en «Jipúzcoa» «Bizkaia» y «Araba» – o lo que es igual, Guipúzcoa, Vizcaya y Álava–, es un idioma nuevo, el «batúa», que para unificarse ha tenido que adoptar miles de voces del español. Hasta finales del siglo XIX, no existía el vascuence unificado. Sus voces y acentos cambiaban por los accidentes de terreno, de tal modo que un pescador vizcaíno de Bermeo se entendía a la perfección con uno guipuzcoano de Fuenterrabía –Hondarribia escriben los cursis de los periódicos y dicen los cursis de las radios y cadenas de televisión– por ser la mar el medio de conducción de la palabra. Pero un casero de Igueldo y un tabernero de Hernani, separados por menos de cinco kilómetros, usaban de modismos diferentes como consecuencia del muro montañoso que los separaba. El vascuence culto no es un idioma, sino la realidad de siete dialectos que a su vez, varían según los diferentes valles vasconavarros. El guipuzcoano, el vizcaíno, el alavés, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano, estos últimos establecidos en los territorios vasco-franceses. Los dialectos vascos son los únicos que comparten con el español la «ñ», lo cual les molesta bastante a algunos y ya están intentando eliminarla con poco éxito.
En TVE, cuando se predice el tiempo, se dice «Fisterra» en lugar de Finisterre, y «Ourense» y «A Coruña», para anunciar que va a llover en Orense y La Coruña. Lo de «A Coruña» fue una estupidez del Partido Popular que contó con la oposición del alcalde socialista Francisco Vázquez cuando todavía quedaban en el PSOE dirigentes profundamente españoles.
Se me antoja maravillosa la riqueza de España en sus lenguas autonómicas, provinciales y comarcales. Pero su uso debe resumirse cuando se hace uso de ellas, así como en la utilización del español. Los acentos son otra cosa. Se ríen los ignorantes del acento andaluz. El español que hablan los andaluces es un prodigio, y la literatura andaluza de los siglos XIX, XX y XXI, es probablemente la más rica de España, como lo fue el bellísimo castellano en la Mística medieval. También las piedras son palabras quietas, y ahí está el asombroso románico y gótico de la vieja y heroica Castilla.
Vamos a dejar de ser cursis en el lenguaje autonómico. Carezco de influencia para lograrlo. Me basta y sobra que mi periódico sea el pionero de la normalización. Me dicen que hoy en Mockba hace un frío del carajo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar