Opinión

Incertidumbre

Se han acabado las certezas en la política española. Hemos conocido, como dice Borges, lo que ignoraron los griegos clásicos en el albor de la democracia: la incertidumbre. Vamos a las urnas cada vez más a ciegas, con más dudas, mientras aumenta el ruido y el flamear de banderas, y cuatro apolíneos políticos jóvenes –los cuatro de la misma hornada, los cuatro hombres en la era del feminismo– se presentan ante la nación a ver quién mea más alto. Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar el domingo. Sólo los necios –los fanáticos, los «tezanos» y «abascales», los iluminados y los salvapatrias– están convencidos de su triunfo. Y lo peor es que puede que acierten. Desde luego, el que acertó de lleno fue Boscán: «Sólo el necio veo ser / en quien remedio no cabe / porque pensando que sabe / nunca cura de aprender».

Cuantos más partidos, más dudas; cuánta más oferta, menos demanda; cuantos más burros, más pedos. Digo que la gente no sabe a qué carta quedarse. Mientras rigió el bipartidismo –imperfecto, por supuesto, como tiene que ser–, las instituciones públicas funcionaron aceptablemente, a pesar de que no faltaron rufianes y aprovechados. El personal acudía a las urnas con una cierta seguridad sobre el destino y la utilidad de su voto. Con la eclosión de los nuevos partidos en un momento de cabreo general por los efectos devastadores de la crisis económica, la crisis catalana, la globalización, la corrupción y el descrédito de la vieja clase política y de las instituciones públicas, nada ha mejorado. Al contrario, el gobierno de la nación ha entrado en una zona peligrosa de turbulencias y de inseguridad. Y así llevamos ya varios años. El comportamiento del último inquilino provisional de La Moncloa, esclavo de sus peligrosas alianzas, que amenaza con perpetuarse, ha hecho sonar la alarma en las mentes más lúcidas de su propio partido. La prometida regeneración de las instituciones democráticas no se ve por ninguna parte. Las nuevas fuerzas, que venían a renovar el sistema, forman ya, de lleno, parte de él y de sus corruptelas. Y, por si fuera poco, la nueva formación que viene galopando, disparando a su paso falsas certezas a puñetazos, da más miedo que entusiasmo.

Se da la paradoja de que, con tantos contendientes en el escenario, el mapa está partido en dos bloques enfrentados –derecha e izquierda–, aparentemente irreconciliables, que evocan un tiempo pasado de triste memoria. Y cuanto más dispares son y más se disparan unos a otros, más imprescindibles aparecen los pactos. Todos dicen, como Pío Cabanillas: ¡Ganaremos, pero no sabemos quiénes!