Opinión

Iglesias, el chaletón enterró la épica de la casta del líder

En lo que ha quedado Pablo Iglesias, madre mía. Aquella retórica contra la casta, aquellas arengas sobre la revolución del pueblo, han pasado a la historia. Todo se lo ha cargado la compra carísima del chalé. Ahora el líder es un extraño burgués con coleta de folclórica en zapatillas, que ayer se puso un «jerselín» porque había enfriado y que a lo único que aspira es a socio del PSOE. Lo repitió varias veces, que ellos son la garantía para que los socialistas lleven «la teoría a la realidad». Es contra natura (y contraproducente) intentar convertir a una fiera en corderito, pero ahora va de moderado, con la Constitución.

Pidió a los otros que no se insultasen, repitiendo que hay que ser «educados» y «respetuosos», que los gags de intercambio de libros estaban fuera de lugar. Irreconocible este Gandhi rojo. Visto que el Psoe va a toda vela, lo que le quedaba es esgrimir el peligro del pacto con Ciudadanos. «Votadnos a nosotros y obligaréis al PSOE a escorar a la izquierda», es el mensaje. Hizo un pequeñísimo intento de ampliar temas más allá de la economía: ruptura de lo que llama «concordato» con el Vaticano, eutanasia, televisión pública. Pero el suyo fue esencialmente un discurso sin alas, puramente monetario: subida del salario mínimo, actualización de pensiones al IPC, más impuestos a los ricos, reclamación del dinero del rescate a los bancos, baja estatal del precio de los alquileres. Todo popular, pero todo sin presupuestos ni cuentas.