Opinión
El largo camino a casa
Los constitucionalistas en Cataluña y País Vasco, guardianes de la libertad en las peores condiciones imaginables, trataron de convencer al público que el eje izquierda/derecha estaba roto, que no puedes abrazarte a las viejas certidumbres en un país donde algunos candidatos son despedidos con lejía y quienes no comulgan con el mantra identitario malviven como extranjeros en su propia tierra. Pero el cerebro es un animalito peliagudo, atiborrado de prejuicios. La resistencia al vuelco se incrementa con el tiempo y a partir de la adolescencia la habilidad cerebral para cambiar como respuesta a experiencias nuevas es ya menor que la cantidad de energía que requieren dichos cambios. De todo esto han vivido los estrategas de Pedro Sánchez, que sin necesidad de leerse los últimos papers sobre arquitectura cerebral de la universidad de Harvard sabían que toda la logística debía apuntalarse mediante la consolidación de los tópicos. El guerracivilismo vertebra nuestras mentes, incapaces de detectar el fascismo allí donde surge, verbigracia en el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona, Rentería o el colegio electoral donde unos brutos querían cerrar el paso de Cayetana Álvarez de Toledo. La mención a la candidata del PP, cuya inusitada potencia intelectual mantiene vivo al partido en Barcelona, no alivia unos resultados catastróficos en el resto de España. Tan lamentables que hacen buenos las noches del desierto de Alianza Popular, cuando el PSOE encadenaba mayorías que de tan absolutas parecían absolutistas. Pablo Casado acaba por pagar las vajillas rotas a dos manos por el último gobierno de Mariano Rajoy, que abandonó todo en el reservado, antepuso el triunfo de la moción Frankenstein a permitir el auge de Ciudadanos y nombró cónsul plenipotenciario al bolso de la vicepresidenta. Entre eso y que la gestión del 1-0 fue bochornosa la cercanía del sorpasso naranja, ahora sí cercana, trae incorporada la implosión de un constitucionalismo que se consuela con la subida de Ciudadanos. Enhorabuena a Albert Rivera, que abandonó el centro, expulsó de las candidaturas para Europa algunos de sus mejores valores y renunció a plantear la batalla por el segmento socialdemócrata a cambio de discutir la hegemonía del PP. La jugada ha sido ganadora, por más que implique destruir el alma bicéfala del partido. Sea como sea toca descubrirse. Aunque tenga que lidiar con el sapo de que le pregunten si pactará o no con Sánchez. Entre tanto Podemos, empeñado en servir como palanca del nacionalismo, roza ya el dulce contacto del poder. Meter la mano en el BOE, ejercer de ministros, compensará sobradamente por el millón de votos perdido. Finalmente el resultado de Vox solo puede tacharse de fracaso si uno sigue mentalmente en el 78, cuando los militantes del PCE medían de forma ilusoria sus posibilidades de ser la fuerza hegemónica de la izquierda al traducir los llenazos en sus mítines por la futura cosecha de votos. Aunque su gran triunfo ha sido el de encarnar el espantajo de la ultraderecha y regalarle el guión a Iván Redondo. Ni en sus mejores sueños de publicista metido a consejero áulico o gurú político pudo imaginar el hombre que susurraba a Albiol y Monago una dádiva tan generosa. Sánchez, que cruzó todas las líneas rojas, que trituró a sus barones y alfombró la moción de censura con el apoyo del independentismo, salva los peores resultados de su historia con un relato forjado a partir del mejor folklore. A diferencia del Pastor mentiroso, Pedro gana la partida avisando de que llega un falso lobo porque los electores prefieren creérselo antes que acudir al rescate de quienes no se atreven a abrir el pico por miedo a que los envíen al lazareto. A todos ellos, a los que llevan 40 años de tragar como ciudadanos de segunda, a los que tachan de ultras por pedir que sus hijos puedan educarse en su lengua materna, que es la oficial del Estado, y a quienes les gustaría que por una vez en su vida la farándula levantase la voz en defensa de los humillados y ofendidos por el nacionalismo apenas les resta apretar los dientes y, si acaso, tararear aquellos versos de Long walk home de Bruce Springsteen: «Mi padre dijo: “Hijo, tenemos suerte en esta ciudad, es un lugar hermoso para nacer / simplemente te envuelve con sus brazos, nadie te agobia y nadie camina solo / y la bandera izada sobre el palacio de justicia significa que ciertas cosas están escritas en piedra / Quiénes somos, qué haremos y qué no”...». Lástima que sólo sea rock and roll.
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