Opinión

¿Educación para la ciudadanía?

En las últimas horas y ante los nubarrones de las municipales arrecia el chisporroteo entre los mandos del PP. Pablo Casado tacha de ultraderecha a Vox. Un partido al que ayer mismo invitaba al gobierno. El secretario general del PP desprecia por socialdemócrata a Ciudadanos. El adagio de Mariano Rajoy, «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya», dobla a muerto por los pasillos de Génova. El vicepresidente y consejero de la Presidencia y portavoz de la Junta de Castilla y León, José Antonio de Santiago-Juárez, receta «más Feijóo y Herrera y menos Aznar y FAES». Si lo dice por reconciliarse con ese centro mítico donde habitan las mayorías españolas, por más que el PSOE haya triunfado tras podemizar sus argumentos, pues estupendo.

En realidad yo no sé si fue antes la fragmentación del voto de la derecha en tres partidos por la fragmentación del ideario o viceversa. Ministros tiene la profesión para dilucidar si huevo o gallina, aunque preocupan los guiños de los aparatich al discurso nacionalista. Bien está que el PP marque distancias con el folklore Sarandonga/Covadonga (© Carlos Alsina) de Santiago Abascal disfrazado de Vladimir Putin en la cumbre del Monte Perdido: la vacuna contra el nacionalismo centrífugo y los diversos populismos, peronista, identitario y etc., no puede ser doble ración de nacionalismo centrípeto y populismo castizo/lepenista. Pero no hay populismo bueno y sin embargo Xavier García Albiol, entrevistado por un hortera, sostiene que Cataluña, para bien o para mal (¡para siniestro!) tiene su, ejém, su singularidad, y que claro, que los catalanes no entienden que gente de fuera los represente. O sea, Cayetana Álvarez de Toledo. Una reflexión muy propia del hombre de «Limpiando Badalona», Iván Redondo mediante. Mal vamos si los burócratas creen que sus problemas comenzaron cuando trataron a los votantes de adultos.

O si sospechan que la búsqueda de la centralidad consiste en recuperar el jaboneo con los esencialistas periféricos y/o en copiar las viscosas indefiniciones de un Miquel Iceta. Atiendan: centrarse es denunciar que los nacionalismos operen como fuente de derecho y justificación de privilegios las identidades culturales, religiosas, étnicas, sexuales, epidérmicas, gastronómicas, folclóricas, filatélicas, colombófilas, geográficas, pictóricas y futbolísticas. A nadie se le escapa que el PP de Cataluña concurrió a estas generales con unos candidatos de ensueño y se estrelló como nunca. En un país donde como señala mi querido amigo Adolfo Belmonte de Rueda las izquierdas menos fiables copiaron de la peor derecha el provincianismo cateto y las románticas patochadas a cuenta del «espíritu del pueblo», autopista inevitable hacia las alucinaciones tribales, resulta naturalísimo que las derechas, descalabradas en las urnas, aspiren a bajar el pistón constitucionalista. Cuca Gamarra, jefa de campaña del PP para las locales, reclama discursos «más centrados y matizados en los problemas de la gente, como sanidad, educación o dependencia. Menos Cataluña y menos hablar de los políticos, y más sobre las personas y la gente».

Como si Cataluña estuviera en Marte o la defensa de los derechos políticos y civiles fuera un lujo que no podemos permitirnos. ¡Y todavía dirán que para qué necesitábamos la asignatura de educación para la ciudadanía! Digo yo que para desasnarnos y así, con paciencia y buena letra, comprender que el debate sobre el precio del bonobús y la gestión de la Seguridad Social no implica renunciar a la articulación y defensa de la nación de iguales. La alerta la ha dado el siempre lúcido Alejandro Fernández: «La gente ha votado masivamente distensión con el separatismo. Humanamente lo entiendo, lo acepto y lo respeto. La gente ha sufrido mucho y se agarra al diálogo. Pero Nuria de Gispert no ha necesitado ni 48 horas para desautorizar esa vía. Al tiempo...».