Opinión

Ir a las raíces

A finales de febrero el Papa convocó durante varios días el encuentro «La protección de los menores en la Iglesia» al que acudieron aquellos que algunos medios denominaron «líderes católicos», léase presidentes de Conferencias Episcopales, superiores de órdenes religiosas, etc. Se trataba de reflexionar y adoptar medidas sobre algo especialmente grave y doloroso: los abusos en la Iglesia. Fruto de esos día ha sido la Carta Apostólica Vos estis lux mundi, que entrará en vigor el próximo 1 de junio y que establece nuevos procedimientos para prevenir y denunciar los casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia.

No voy a entrar en esas jornadas ni en la Carta. Me detengo en la aportación del Papa emérito, Benedicto XVI, a ese encuentro y lo hizo redactando unas reflexiones sobre las raíces de estos escándalos. Pero tampoco entraré ahora en todo su contenido. En fin, no es que no quiera entrar en nada, pero el poco espacio y la densidad del tema lo impide. En todo caso quien quiera adentrarse en la Carta y en el texto de Benedicto XVI ahí los tiene internet.

Si me detengo en la aportación de Benecito XVI es por algo simple y determinante: con la sexualidad, la educación sexual, la teología moral, las ocurrencias de algunos teólogos, la situación de los seminarios, etc. con todo eso como telón de fondo va a las raíces de un problema que no es sólo de la Iglesia católica sino también de la sociedad. El resultado no defrauda a quien esté acostumbrado a leerle: es un texto claro, incisivo y valiente que, como es natural, ha molestado a los amantes de lo políticamente correcto, una especie que habita incluso en ciertas sacristías.

Si cito a Benedicto XVI es por el método que emplea. Y es que cuando hay un problema serio que clama solución, mantenido en el tiempo, hay que ir a las raíces, a su origen y preguntarnos por qué hemos llegado a esto, porque cuando se envenenan esas raíces se cumple lo que en otro ámbito –el Derecho Procesal– se denomina la teoría «del fruto podrido del árbol envenenado», y uno de esos frutos es la pederastia en la Iglesia.

Es un método valiente, indicado y exportable a muchos ámbitos. Por ejemplo, si nos preguntamos por el aumento de las agresiones sexuales, la realidad del acoso escolar o el maltrato a la mujer o en el ámbito doméstico, no basta con reflexionar sobre cómo actuar sobre las consecuencias. Habrá que tener la valentía de adentrarnos en el análisis de las causas, de su origen. Quizás descubramos realidades molestas relacionadas con la salud de la familia, la educación o la sexualidad; o descubramos realidades que, por mucho que pese, ya sólo admiten actuar sobre sus manifestaciones o que necesitan algo más que campañas de concienciación, estadísticas, teléfonos de urgencia, acuñar eslóganes o –para variar– endurecer el Código Penal.

También es válido ese método incluso para problemas sociales sin relevancia penal como, por ejemplo, nuestro drama demográfico o el abandono escolar, en este caso puede incluso aprovecharse el momento en el que se llora la desaparición de uno de los responsables de los cimientos de la política educativa de los últimos treinta y tantos años. Es un método indicado incluso para uso estrictamente político: quizás algún partido recientemente siniestrado en las últimas elecciones generales debería reflexionar –si es que las tiene, claro– sobre cuáles son sus raíces y si ha sido fiel a ellas.

En fin y por ir acabando, lo de ir a las raíces es aplicable para intentar dar y acertar con soluciones hábiles para nuestros problemas territoriales o incluso de la Justicia. En este último aspecto quizás en vez de limitarnos a hacer recuento de qué grado de estima tienen los ciudadanos sobre la Justicia o de pedir más y más jueces, habría que preguntarse por qué reina la idea de que está politizada, cuál es su causa –y los causantes–, por qué padece el mal de la lentitud, por qué no genera seguridad, por qué es un ámbito en el que se enseñorean las fake news o, sencillamente, por qué y a quiénes interesa que no funcione.