Opinión

Cervantes y Barcelona

Miguel de Cervantes elevó a Barcelona a la categoría de urbe internacional, con la publicación de la segunda parte de su obra universal. «Llegaron a su playa la víspera de San Juan en la noche. Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo». Hace justo un año medio centenar de activistas separatistas impidieron la celebración de un homenaje a Cervantes, organizado por Societat Civil Catalana, en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona. En medio de un ambiente muy tenso, con enfrentamientos verbales y agresiones físicas, el rectorado no quiso acceder a la petición de protección que la entidad cursó para «no pasar la línea roja de autorizar la entrada de los mossos» y se canceló el acto «al no poder garantizar la seguridad de los presentes».

La protesta antifascista fue convocada por las organizaciones que forman la izquierda independentista, COS y SEPC y los partidos Arran y CUP. Todos ellos socios preferentes del gobierno separatista. Los incitadores del odio emitieron un comunicado ofensivo «la asociación SCC no puede tener cabida en ningún espacio de nuestra sociedad, mucho menos en una institución pública que vela por los derechos y libertades».

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida».

Cervantes estuvo en Barcelona en junio de 1610 y disfrutó de una Barcelona, a la que denominó «honra de España» y «ejemplo de lealtad», llegando la fama de la ciudad condal, cuando en el capítulo LXXII de la segunda parte del Quijote calificó a Barcelona de «archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única».

Pero la ficción novelesca del Quijote poco tenía que ver con la realidad social de Cataluña de aquellos años. Ciudad de oportunidades, caminos infestados de bandoleros, con sus costas asaltadas constantemente por corsarios y berberiscos y el castellano, catalán y toscano las lenguas familiares para los barceloneses. Por esos años, los libreros e impresores de la ciudad ya habían comprendido que una parte del negocio estaba en la edición de libros en castellano.

Ciudad mediterránea, catalana, española y europea, la Barcelona que conoció Cervantes no era la capital de una decadente Catalunya, sino una urbe en expansión y progreso. Todo ello se frenó, con la revuelta separatista de 1640, cuando la ficción volvió a imponerse a la realidad.

Como dijo Karl Marx, «la historia se repite, primero como una tragedia, y luego como una farsa». En ello estamos de nuevo.