Opinión

Y del Tinell...ni hablamos

Una de las grandes curiosidades de la política es que puede decirse una cosa por la mañana, otra solo parecida por la tarde y todo lo contrario al día siguiente, no solo sin que asome un ápice de rubor, sino justificando con toda naturalidad las razones de «peso» por las que ayer era «digo», hoy es «Diego» y mañana ya veremos. Resulta que, en la recta final de las negociaciones para conformar gobiernos municipales, antes de las tomas de posesión de nuevos alcaldes el próximo sábado-15 y dentro de los complejos cambios de cromos, escuchamos a distintos portavoces de las nuevas «mayorías minoritarias» de la izquierda surgidas el «26-M» poner el grito en el cielo –con el consiguiente acompañamiento de algunos coros mediáticos– ante la injusticia que supone el que no accedan a las alcaldías, diputaciones y hasta a algún gobierno autonómico los representantes de la lista más votada. Ya saben, esa que ha ganado las elecciones pero cuyo número de escaños acaba siendo inferior al de los «perdedores unidos».

Convendría aclararse por lo tanto en los argumentos y explicar con un mínimo de pudor, por qué ahora debería gobernar esa lista más votada –la «ganadora» caso de la encabezada por el socialista Gabilondo en Madrid comunidad o la de Carmena, caso del ayuntamiento de la capital estatal– y poco menos que antes de ayer, la candidatura del PP vencedora en Madrid ciudad y en un interminable elenco de municipios de todo tamaño en lo largo y ancho del país se quedaban en la oposición ante la lo que se mostraba como paradigma de la democracia parlamentaria: 4 es más que 3 y que 2, pero esos 3 más dos suma más que 4.

Durante las últimas décadas de democracia las grandes reformas políticas se han quedado en el agua de borrajas propia de la pereza para afrontarlas por parte de la mayoría de turno y tal vez la más emblemática sea una reforma de la ley electoral cuyo olvido solo benefició coyunturalmente a PSOE y PP pero a la larga ha terminado por perjudicar a ambos. Cuando la vicepresidenta Calvo clama por gobiernos para el «partido ganador» y cuando la aún alcaldesa Carmena lamenta que otra mayoría apoyada en la «extrema derecha» la impedirá seguir en el cargo deberían añadir –cuestión de honradez– que por ejemplo Esperanza Aguirre también ganando no gobernó la capital frente al acuerdo que dio con el actual equipo en el poder y que un tiempo atrás se firmó uno de los pactos más infames de nuestra democracia como fue el de Tinell, en el que izquierdas y nacionalismos se conjuraron para establecer todo un «cordón sanitario» frente a una fuerza política a la que mayoritariamente preferían en ese momento los electores por lo largo y ancho del mapa nacional. Al final, el palomo les ha acabado defecando desde el aire a todos y puede que eso sirva para, por fin, afrontar una reforma electoral que sin ir más lejos le habría dado ahora al PP las principales capitales gallegas o a Carmena la entrada en Cibeles... digo entrada que no continuidad, porque la anterior alcaldesa habría sido Aguirre. De momento, a probar todos la «medicina» de Tinell.