Opinión

Tres jóvenes gallegos

Tres jóvenes gallegos –Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García– fueron secuestrados, torturados y asesinados en marzo de 1973 por varios miembros de ETA que, en un desenfreno de alcohol y odio, vieron en ellos a unos inexistentes policías. La cúpula directiva de la banda conoció y permitió el acontecimiento; y Telesforo Monzón les proporcionó su casa para rematar el crimen, tal vez porque, como señala Adolfo García Ortega en su novela «Una tumba en el aire», en la que se recrean los hechos, consideraba que «toda esa violencia que tanto deploraban él y el cura Lartzabal, su amigo, era inevitable». A día de hoy, los cadáveres de aquellos muchachos que habían pasado a Francia para ver «El último tango en París» y celebrar un día divertido en Biarritz, no se han recuperado; y los criminales no han pagado por su culpa, pues este es uno de esos asuntos tan numerosos que se han quedado sin resolver y amnistiado.

No se crea que García Ortega, por abordar el tema en una novela, da palos de ciego, pues todos los actores de este drama no sólo están identificados, sino también reconstruidos de tal manera que el lector acaba conociendo sus pasiones personales y políticas, su fanatismo fruto de una ideología tiránica, sus rivalidades por el poder, su aburrimiento cotidiano ahogado en la bebida, su odio irrestricto, sus amores posibles e imposibles, su esencia sustancialmente humana y, por eso mismo, radicalmente inquietante. Por una vez, en una ficción sobre ETA prima la realidad. No se trata de un relato melifluo como el que Aramburu hizo en «Patria» eludiendo e incluso ocultando las raíces políticas del fenómeno terrorista para sustentar un discurso aceptable por todos –incluso a los asesinos– sobre el perdón como técnica para el arreglo del conflicto. No, ahora estamos ante el descarnado relato de unos acontecimientos diseccionados hasta el menor detalle –sin que se ahorre la descripción, incluso repugnante, del sufrimiento de aquellos seres torturados– e interpretados en su significado político tanto interno a la organización terrorista, como externo a ella en la sociedad española.

Si el lector quiere saber qué fue eso de ETA, acuda a esta novela temporalmente situada en un momento crítico de nuestra historia, cuando el franquismo agonizaba parsimoniosamente y se abría una difusa oportunidad de tránsito hacia la democracia. El escritor británico John Berger se preguntó una vez cuándo se haría justicia, y se contestó: «Cuando los vivos sepan lo que sufrieron los muertos». Es precisamente por este motivo, por el que Adolfo García Ortega, con su novela, les ha hecho a aquellos jóvenes gallegos la justicia que les negaron los tribunales españoles.