Opinión

Bendita o maldita austeridad

Como informó ayer LA RAZÓN, el acuerdo programático de PSOE y Podemos apunta a «la mayor presión fiscal de la historia». La alianza con la ultraizquierda subirá el gasto público y también el déficit. Parece que hemos dejado atrás por fin la maldita austeridad.

Ahora bien, llega un determinado nivel más allá del cual el déficit público no se puede seguir financiando con más deuda, privada o pública; o bien porque nadie presta, o bien porque el servicio de la deuda empieza a absorber una cuota políticamente insostenible del presupuesto. Le pasó tanto a la derecha como a la izquierda y, si el tándem Sánchez/Iglesias consigue de alguna forma gobernar y aplicar sus delirantes planes económicos, le sucederá también. Ese será el momento de la austeridad.

Pero austeridad quiere decir dos cosas: o más impuestos o menos gastos. Los gobernantes deben optar, y esa opción no es económicamente neutral. Es cierto que la política, los sindicatos y los medios se ideologizan en extremo ante esta situación, y se extienden consignas contrarias a la austeridad, los ajustes y los recortes. Nadie parece reconocer que en algunas circunstancias son imprescindibles y saber cómo acometerlos es crucial.

Un grupo de destacados economistas, liderados por el catedrático de Harvard, Alberto Alesina, llevan tiempo investigando precisamente esa cuestión: ¿cómo aplicar la austeridad causando el menor daño a los ciudadanos? En un libro reciente («Austerity», 2019), afirman que la austeridad puede ser maldita, pero también bendita. Esta es su conclusión: «La austeridad basada en subir los impuestos genera las profundas recesiones temidas por los críticos de la austeridad. Por el contrario, la austeridad basada en la reducción del gasto público no lo hace». Los planes fundados en menos gasto tienen un efecto recesivo pequeño y que se agota al cabo de dos años, pero los fundados en más impuestos tienen un impacto negativo prolongado y profundo, estimado en 2 puntos del PIB. En el caso de nuestro país, estiman que si se hubiese optado por un plan de reducción del gasto, en vez de por menos gasto y más impuestos, el crecimiento habría sido 4 puntos más elevado en 2014.

Al revés de lo que se nos dice, el margen para reducir el gasto es grande, y no sólo por el despilfarro y la corrupción, que también, sino porque hay partidas abultadas que no favorecen a los más necesitados. En Italia, Portugal y España, el gasto no es mucho menor que el de otros países europeos, pero su eficiencia en el cuidado de los pobres es reducida. Concluyen Alesina y sus colegas: «Reformar el Estado de bienestar puede lograr una mayor cobertura de los verdaderamente pobres sin siquiera aumentar el gasto». Por cierto, tampoco es evidente que la austeridad vía gasto sea políticamente costosa. De hecho, no genera sistemáticamente derrotas electorales en los 16 países analizados.