Opinión
A las cosas
Ortega y Gasset señalaba que el alma de España no había superado su tendencia a la dispersión y se interrogaba constantemente sobre su identidad. En la obra «España invertebrada» analizaba la crisis política y social del país y mediante la aplicación del método de la razón histórica estudió su integración y descomposición y los fenómenos característicos de la historia, llegando a la conclusión de que la causa de la desarticulación de España como nación radicaba en la crisis de su proyecto de vida en común. Sus tensiones separatistas eran el reflejo de un proceso de desintegración desde la periferia al centro, siendo la pérdida de los territorios de ultramar el despertar de los nacionalismos románticos, catalán y vasco.
El problema catalán es en el fondo un asunto de poder. España es fundamentalmente la unión de los dos reinos peninsulares más poderosos: el de Castilla y el de Aragón, que incluía a Cataluña. Pero sucedió que, por circunstancias de la Historia, y seguramente también porque los catalanes se han mostrado siempre más interesados en comerciar o innovar que en guerrear o gobernar, el ejercicio del poder se concentró poco a poco en el centro de la Península. Esa tendencia se agravó durante la explotación de las riquezas de América y con la llegada al poder de los Borbones, y Cataluña se encontró con que en los siglos XIX y XX la mayoría de las veces el Estado era indiferente –cuando no hostil– a sus necesidades si no coincidían con las del centro. Ortega se inventó el concepto de la «conllevancia», que proclamó en su disertación sobre el Estatuto catalán. «Después de todo, no es cosa tan triste eso de conllevar», dando por irresoluble «el problema catalán», que es como llamó al sentimiento «vago y de una intensidad variadísima» que albergaban muchos catalanes, de amor a Cataluña y desapego hacia España y especificaba que «la conllevancia» debía ser mutua. Una de las frases más conocida la pronunció Ortega en Mar del Plata, cuando inquirió a sus gentes, que se ocupasen de las cosas importantes para levantar su país: «¡Argentinos, a las cosas; a las cosas!... Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal. Repito: ¡Argentinos, a las cosas; ¡a las cosas, sí señores míos!». Ortega diagnosticó que la falta de un concepto positivo sobre España era su principal problema y destacaba la necesidad de establecer un discurso ilusionante de un proyecto de vida en común para los habitantes de España.
Como dijo Ortega, «¡a las cosas!», y empecemos a construir un relato común que nos ilusiones a todos.
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