Opinión

Verano

Verano. Ya. De sopetón. Una se cree que va a llegar preparada, pero no. Qué va. Ni el bikini cae como debe caer, ni el carácter anda amoldado a 24 horas en familia. Así es. La realidad, siempre prosaica, se encarga de demostrar que lo del descanso veraniego es pura entelequia. Quien tiene casa, cuando llega al «paraíso» se da cuenta de que el esfuerzo de mantenerla en el patrimonio no es suficiente. Además, hay que pagar y repagar, sabiendo que nada se encontrará como se espera. O lo que es lo mismo: si todo está en orden y algo se puede estropear, se estropeará. Ley de Murphy, que se multiplica en los días de asueto.

En cuanto a quienes llegan a un apartamento alquilado, que se armen de paciencia. Porque sucede lo mismo que con las viviendas en propiedad, pero con el agravante de que los inquilinos temporales no pueden solucionar (o tratar de hacerlo) ningún problema por sí mismos. Dependen de los dueños. Y es posible que se encuentren en Tombuctú y que no den señales de vida hasta el cambio de estación. «Afortunados los de los hoteles», dicen algunos; pero en ellos, demasiadas veces el menú parece de cuartel militar, los colchones llevan en el establecimiento desde antes de la Guerra Civil y el personal anda desbordado atendiendo a alemanes rubios.

Adoro el verano, sí. Pero mucho más cuando tengo la fortuna de poder disfrutarlo en otoño o en invierno y he pasado los meses de calor bajo el ventilador de mi casa de Madrid. El de la playa, como siempre, deja de funcionar durante julio y agosto. Así que, ejem, felices vacaciones. Y más si las pueden aplazar...