Opinión

Sánchez y su chistera sin conejo

En Small Time Crooks, la peli de Woody Allen, el pusilánime Ray Winkler abre una tiendita de galletas en un local situado junto a un banco con el fin de, mientras se venden las galletas, excavar un túnel en la trastienda que les permita llegar a la caja fuerte sin levantar sospechas. Yo, tras la investidura fallida de Sánchez, me siento como si hubiese estado desde el lunes haciendo cola en la tienda de galletas de Winkler: mientras esperábamos a que nos ofrecieran las delicias que habíamos ido a comprar, en realidad allí éramos los únicos que estábamos por tan gastronómico y goloso motivo. Los demás, en realidad, estaban a otra cosa.

Tengo la sensación de que Sánchez no tenía ninguna intención desde el principio de formar un gobierno de coalición. Él no estaba allí por las galletas. Si no, no entiendo la incapacidad para alcanzar un acuerdo con Podemos que permitiese la configuración de un Ejecutivo de izquierdas si no había ningún obstáculo importante, ninguna traba insalvable. Lo único que se me ocurre para tal empecinamiento en no ceder, para una dificultad de tal calibre entre personas adultas para entenderse, es que, o bien esperaba de Unidas Podemos que tragara por compromiso social con la izquierda y conseguir de nuevo instalarse en el poder, o bien que quiera forzar elecciones, pensando que saldrá beneficiado. Pero para salir beneficiado de algo así necesita no aparecer él como responsable de dificultar la formación de Gobierno, claro. Necesita que Pablo Iglesias, en horas bajas y políticamente moribundo, sea el culpable. ¿Por qué? Pues me imagino que está convencido de que unas elecciones, las cuartas en cuatro años, le permitirían alcanzar la Presidencia sin la necesidad de apoyarse en Unidas Podemos. Supongo que para ello cuenta con que  los votantes, aburridos como estamos ya, nos volveremos conservadores en el voto y dejaremos de jugar con gaseosa, olvidándonos de votar a aquellos que, ya hemos visto, no ofrecen resultados confiables, y volviendo a un bipartidismo que al PSOE le resulta muy cómodo. Que Unidas Podemos perdiera tal chorreo de votos en las últimas elecciones y que parezca, a cada paso que da, que se está suicidando a cámara lenta y delante de nuestras narices, podría ser interpretado por Sánchez en términos de transferencia de votos (¿a dónde van los votos que guardamos, que no damos?). Quizás en contra, no creo que se le haya pasado por alto, juega la previsible y considerable abstención. Estamos hartos de tener que ir a a las urnas como si los que lo hubiésemos hecho mal, los equivocados, fuésemos nosotros. Como si fuésemos una panda de vagos que no se ha preparado bien el examen final y le toca volver a hacerlo una y otra vez, una y otra vez. ¿Confía Sánchez, ingenuamente,  en una movilización similar a la de las últimas elecciones? ¿Volverá a agitar el avispero del miedo a la ultraderecha? ¿Apelará al voto útil, esa tradición sonrojante? Porque yo no creo que funcione, todos hemos visto ya el conejo dentro de la chistera.

Lo que está claro es que con el espectáculo bochornoso de ayer, donde Rufián fue el más sensato (nunca pensé que escribiría esto), es que el talante democrático ni estaba ni se le esperaba. Pero hubiese sido de desear una pizca de responsabilidad política para no arrastrarnos de nuevo a 60 días de intentar alcanzar acuerdos, una disolución de Las Cortes de nuevo en caso de fracaso y unas nuevas elecciones. Dios. Vivimos atrapados en un déjà vu.

El caso es que ahora Sánchez ya no es el candidato y empiezan de nuevo los tanteos, los acercamientos, los movimientos tácticos y las opciones. Con la izquierda fragmentada de una manera escandalosa, este fracaso en la investidura solo beneficia al PP. Casado tiene la oportunidad de mover sus fichas sin haber sufrido el desgaste que han sufrido Sánchez e Iglesias estos días. Y los mismos motivos que tiene el PSOE para pensar que unas elecciones podrían beneficiarles, los tiene también Casado. A veces parece que la izquierda no hace más que ponerse palos en sus propias ruedas.

Lo que no le podemos negar a Sánchez es que es un superviviente: fue elegido secretario general frente a Madina, en 2014 y de manera ajustadísima, para sufrir un descalabro épico en las elecciones de 2015. Fracasó en la investidura de marzo de 2016, dimitió como secretario general, renunció a su escaño... Todo esto para volver en 2017, imponerse en las primarias socialistas a Susana Díaz (su principal apoyo en 2014), impulsar una moción de censura a Rajoy en 2018 y hacerse con la presidencia del país. Agotador. Con ese porte de diligente encargado de la planta de confección de caballeros de unos grandes almacenes, a punto de arrancarse a cantar algo de Chayanne, y esa trayectoria política, yo a veces dudo entre si es un inconsciente con fortuna o un discreto estratega. No sé si me está vendiendo galletas o cavando un túnel en la trastienda.