Opinión

Desolación

Una parte importante de historiadores coinciden en situar octubre de 1982, el mes en que el PSOE ganó las elecciones y Felipe González fue investido presidente del Gobierno, como el momento final de la transición política española. Con la victoria socialista se ponía fin a un período inaugurado con la muerte del dictador, la coronación del rey Juan Carlos I y la elección por éste de Adolfo Suárez para construir y conducir una transición modélica. En el 82 se inauguró también un período de bipartidismo imperfecto, protagonizado por el PSOE y el PP, en el que España alcanzó metas inimaginables hasta entonces. El país paso a formar parte del corazón de la Europa política y democrática, y a cosechar respeto y admiración internacional. En el orden interno aquellos gobiernos fueron capaces de construir un sistema político que, con todos sus defectos, consolidó el estado de derecho y la democracia. Dentro de un modelo territorial muy descentralizado, se desarrolló un sólido Estado de bienestar que redujo en un tiempo récord desigualdades históricas e injusticias lacerantes. Las cuadernas del sistema empezaron a crujir con ocasión de la crisis económica y financiera que se inició a nivel internacional en el año 2008. La mayoría absoluta del PP en el 2011 no mitigó la desconfianza en el sistema, y a la crisis económica se le unió la falta de credibilidad institucional y la crisis territorial. Las elecciones de 2015 marcaron el final del bipartidismo imperfecto, y abrieron el mayor período de incertidumbre política e inestabilidad institucional que haya conocido la joven democracia española. Doce meses de gobierno en funciones, dos gobiernos en minoría, dos presupuestos prorrogados y tres elecciones generales en menos de cuatro años, son el vergonzante saldo de un tiempo político que algunos anunciaron de regeneración democrática del que calificaron despectivamente, como el régimen del 78. Si los primeros años de la transición hubiesen sido tan nefastos como están siendo los primeros años del fin del bipartidismo, seguramente hoy no seríamos el gran país que somos. La demostrada incapacidad política por gestionar los complejos resultados electorales, proyecta una mala imagen de España que la ciudadanía no se merece. Lo vivido en los últimos días produce cierta vergüenza ajena, sobre todo por las formas. Yo creo que motivos para el rubor los ha habido, pero que el futuro puede ser mejor si se construye sobre otras bases, si los procesos de negociación se afrontan con seriedad y sobre bases programáticas, y si frente a la desolación ciudadana que hoy reina en la sociedad vemos a políticos que mañana empiezan a trabajar con rigor para evitar la repetición electoral.