Opinión

El sarampión de los pardillos

En política hay muchas cosas que hacen perder el norte, pero pocas como la sensación de estar haciendo el pardillo y consecuencia de ello acabar desconfiando hasta de la propia sombra. Desde el tsunami que asomó el pasado diciembre por las costas andaluzas, pasando por la discreta ola en que se convirtió la «temida» extrema derecha en los comicios generales de abril y territoriales de mayo en boca de los voceros socialistas, la irrupción de VOX se corresponde en gran medida con ese sarampión de juventud junto a sus peajes de inevitable novatada y en último término de desesperada búsqueda de la madurez. La actitud del partido de Santiago Abascal durante el proceso de pactos para la formación de gobiernos municipales y autonómicos ha tenido mucho de reacción, no solo ante la posición de las fuerzas de referencia en el centro-derecha, sino ante la propia incapacidad para trasladar en una negociación la confianza de un nada despreciable número de electores.

Los comicios andaluces arrojaron la oportunidad histórica de desalojar al socialismo del poder en un contexto en el que se extendía la onda expansiva del desafío independentista y eso brindó la máxima de que el apoyo al cambio tenía que llegar casi sin condiciones porque lo contrario nunca sería perdonado por la ciudadanía. El error estratégico de VOX fue de entrada un papel negociador en este caso con los representantes del PP que aún se frotan los ojos ante tanto signo de ingenuidad, por no hablar de la constatación de que el poder en la autonomía más poblada de España había sido facilitado casi a un precio de saldo. Ha sido la referencia andaluza, junto a la «guinda» de los acuerdos para la formación de gobierno municipal en Madrid, la que ha marcado una actitud para muchos inexplicable en esta formación a la derecha del PP, a la hora de negociar otros gobiernos que ya deberían estar conformados como el de la Comunidad de Madrid. VOX es la única formación que se debate en la tesitura entre apoyar prácticamente a cambio de nada, pero al mismo tiempo asumir la mayor carga de responsabilidad si el acuerdo a tres –que acaba siendo a dos- no llega a buen puerto. Difícil papeleta teniendo en cuenta que la formación de Abascal ya parece haber dado de sí el máximo y por si fuera poco experimenta el crujir de las costuras que propicia la tirantez de distintas sensibilidades y corrientes internas. Se ha pasado el sarampión y se acabaron los tiempos de las «pardilladas», pero ahora a la gran revelación de la política española en el último año le corresponde asumir una responsabilidad tan poco despreciable como no ser excusa de la izquierda y allanar el terreno de la derecha. Igual hasta el escrupuloso Rivera acaba ayudando.