Opinión

Europa en otra encrucijada

Hace cuatro meses oí hablar de Europa en Yuste, un lugar esencial del europeísmo. Era una fecha emblemática, el 9 de mayo. Escuché un gran discurso del rey Felipe VI sobre la importancia de Europa, referente capital de nuestro pasado, presente y futuro. Estaban en el horizonte las elecciones al parlamento europeo, que se celebrarían el 26 de ese mismo mes y se temía una abstención demoledora. Sin embargo, la participación fue del 64,3% frente al 45,8 del 2014. Bien es cierto, que, en el conjunto de la Unión Europea, las cosas serían algo distintas con un aumento menor de votantes, que pasaron del 42,61 al 50,62%. Aunque, dentro de esas cifras, los euroescépticos habían crecido un 10%.

Oigo hablar de Europa ahora en otro espacio, La Granda, foro de excelencia académica en el estío español. Escucho a un conjunto de notables especialistas, en la materia, un discurso optimista sobre el futuro de la UE. Pero sopesando tales datos con algún espíritu crítico, no parece que un proyecto que despierta la participación de solo la mitad de los ciudadanos sea suficientemente ilusionante. Más bien la situación sigue pareciendo preocupante.

La evidente desafección política es una forma de idiotización, en sentido estricto. Algo se hace mal, pero los responsables evitan la autocrítica. Los discursos culpabilizando a los eurófobos no son más que excusas inoperantes. Lo cierto es que el distanciamiento entre las instituciones europeas y los ciudadanos está motivado por carencias tan perniciosas como la falta de información adecuada y, sobre todo, por la ausencia de la pedagogía imprescindible para crear el sentimiento de pertenencia a Europa por encima de los límites del ámbito nacional.

Aunque los nacionalismos y los populismos no podrán impedir el funcionamiento de las Instituciones de la UE, en los próximos años, son una fuerza indisimulable en Hungría, Austria, Holanda, Polonia, Dinamarca, Francia, Italia, incluso España. En esas circunstancias salen al paso de la andadura europeísta desafíos de enorme trascendencia: el Brexit; la necesidad de avanzar en la construcción de una Europa más unida y equilibrada; el desarrollo de una política exterior y de seguridad común; la respuesta al problema de la inmigración descontrolada y el papel a desempeñar en el nuevo orden mundial. Empecemos por el primero.

En la perspectiva de los europeístas «enterados» parece percibirse el Brexit con una preocupación limitada. Los ciudadanos, por su parte, se mueven entre la ignorancia y la consiguiente desorientación. A este lado del Canal se tiende a presentar la cuestión como el epítome del europeísmo difuso, acomodaticio y poco solidario de los ingleses. Un conflicto, desatado en última instancia, según su teoría, por la estulticia de Mr. Cameron, conocido aficionado a los referéndum. Casi nadie sabe lo que ocurrirá finalmente, aunque estos mismos sectores auguran un desastre económico y político para el Reino Unido, que podría pasar a Reino Desunido.

Hay quien cree que la salida de Inglaterra facilitará la cohesión de la UE, la aplicación de una política exterior unificada y, a la vez, avanzar en la creación de un ejército europeo. Mientras, los ingleses anuncian medidas de presión respecto a Bruselas.

Veremos lo que ocurrirá finalmente, lo seguro es que a parte de los daños que sufrirá Inglaterra también los 27 acusarán negativamente el Brexit en muchos aspectos. Y ya se empiezan a ponderar las pérdidas en las exportaciones alemanas, en las del sector hortofrutícula español...etc. ¿Será el miedo de unos y otros la última ratio para encontrar otra salida?.

Por otro lado la llegada masiva de hombres y mujeres africanos confronta los discursos «buenistas», las declaraciones grandilocuentes y los mensajes eufónicos, con los costes de su aplicación en todos los sentidos. A la vista del esperpento del Open Arms, o Europa resuelve este dilema o acabará naufragando como una de tantas pateras.

Pero la prueba de fuego más importante para la UE será la capacidad que demuestre para jugar un papel importante en el contexto mundial. A día de hoy sigue siendo la segunda economía del planeta, por participación en el PIB mundial, pero en 2014 ocupaba la primera posición, por delante de Estados Unidos, y hoy es ya a la inversa. Entretanto China se acerca rápidamente al PIB de la Unión Europea. La posición secundaria de Europa en el sector de las tecnologías avanzadas acentuará esta tendencia.

Sin política exterior y capacidad militar, verdaderamente comunes, la Unión Europea se ve relegada en la disputa por el poder, que mantienen Estados Unidos y China, y en posición complicada frente a Rusia y también en África. Eso sí, con la posibilidad de desempeñar un rol destacado en Iberoamérica.

Esos grandes desafíos, que apenas hemos podido enunciar, podrían convertirse en oportunidad para corregir los puntos débiles y acentuar los fuertes. Para lograrlo Europa, cuyos intentos de construcción de arriba abajo, por la religión, las armas o el dinero han fracasado, en mayor o menor medida, habrá de afianzarse a través de la movilización de sus ciudadanos. Solo así se evitará la peor respuesta a aquella pregunta de Valéry cuando se cuestionaba: ¿llegará Europa a lo que es en realidad, es decir, una cabecita del continente asiático?