Opinión

La doble vara de medir

La doble vara de medir constituye un sesgo discriminatorio que llevado a la opinión y crítica política ejercida por quien tiene capacidad para generar opinión a través de medios de comunicación se convierte en un instrumento injusto, pero muy eficaz, para menoscabar al que se considera adversario. Algunos periodistas, especialmente en la versión de opinadores sobre púlpitos pretendidamente imparciales, ejercen una suerte de valoración o juicio público sobre personas, en la que la doble vara de medir y su traducción en la ley del embudo les convierte en instrumentos dirigidos a zaherir y desprestigiar a aquellos que no consideran aptos para el ejercicio de responsabilidades públicas únicamente por no compartir su credo ideológico. Los anglosajones hablan de «double standard» para referirse al tratamiento dispar, oneroso para una de las partes, que sufre un juicio o una evaluación mucho más severa que la otra. En España existe una doble vara de medir según la cual a aquel que proviene o se circunscribe en eso que se denomina el mundo progresista, monopolizado por la izquierda, se le consiente absolutamente todo, mientras que aquellos que proceden del mundo liberal o conservador, normalmente incardinados en lo que se denomina centro derecha, deben pedir permanente perdón, no solo por aquello que pudiera ser considerado algo negativo, página personal inherente a cualquier ser humano, sino por sus ideas, incluso por su propia existencia. No voy a hacer valoración de cómo se percibe el acceso de un juez a la política dependiendo del equipo en el que se integre, por su acusado carácter autorreferencial, y por ello, afectado por un interés personal. El responsable político de izquierdas, por el simple hecho de serlo, defiende el interés de la gente, ese concepto con el que se sustituye al sujeto público pueblo español, mientras que el responsable político de centro derecha está inexorablemente unido a las élites privilegiadas, y por ello, cualquier acción que emprenda se encuentra bajo sospecha. En una sociedad con madurez democrática no deben existir ni legitimaciones ni deslegitimaciones basadas en meros prejuicios, lo que legitima a las personas es el ejercicio de su responsabilidad, y ello les amerita el derecho de poder demostrarlo. Las mentiras, las medias verdades y las infamias tienen las patas muy cortas, caminan muy deprisa, pero con poco recorrido.