Opinión
Blanca en la montaña
Ha muerto, Blanca Fernández Ochoa, en brazos de la que fuera su gran amiga y enemiga a la vez, la montaña. Contra su nieve lisa luchó hasta vencerla y arrancarle los triunfos que nos colgó a todos los españoles en el pecho. Descanse en paz. La familia Fernández Ochoa es queridísima, entre otras cosas porque ejemplifica lo que podríamos llamar «el sueño español». Vivían en el madrileño y humilde barrio de Carabanchel, fueron muchos hermanos y se hicieron a golpe de esfuerzo, ayudándose unos a otros, a la vieja usanza. Todavía nos queda en la pena la muerte del gran campeón que fuera Paquito. Como un destino trágico, el medallista olímpico también murió con 56 años, de un cáncer.
Me da rabia tener que dedicarle un artículo triste a esta gran mujer. Que España es ingrata es lugar sabido, pero no está de más reprocharnos que Blanca, en su mediana edad, no tuviese más medio de vida que el de entrenadora personal y conferenciante. Una gran deportista no tiene por qué saber de negocios. Las malas gestiones de su último marido la obligaron a vender su casa y vivía en la de su hermana. ¿De verdad no necesita España ejecutivos y entrenadores en el esquí? Somos el segundo país más montañoso de Europa después de Suiza y, desde los Fernández Ochoa, no hemos vuelto a una cadencia tan triunfal. Preguntémonos si Blanca Fernández Ochoa no hubiese podido gestionar nuestros deportes de invierno desde el Estado o las Autonomías, sin necesidad de verse abocada al sufrimiento personal por la penuria económica.
Los deportistas no son necesariamente fuertes. La inmensa disciplina y el esfuerzo extremo no son propios de personas corrientes, están alejados de una vida convencional. A menudo, el deporte de élite es refugio de una personalidad en exceso sensible. Entre los mejores, he conocido gente muy estable, como Induráin, o Romay, pero abundan también los seres desmesurados. Repasemos la galería de juguetes rotos, que se estropean al dejar la carrera activa. Es una lista larga.
Sería bueno que nuestros mejores hombres y mujeres recibiesen un poquito de lo que nos han dado con tanta generosidad. Si han entrenado hasta la extenuación, si han forzado sus jóvenes maquinarias y han sufrido por nuestros colores, no estaría de más garantizarles que sus talentos no serán despreciados cuando el brillo del éxito público los deje de acompañar. De este modo, las nuevas generaciones podrán aprender de ellos.
Ignoro qué tenía Blanca Fernández Ochoa, pero le costaba vivir, al menos por épocas. Se echó a la montaña sin móvil, con un claro deseo de libertad y soledad, para alejarse del agobio. Ahora se la ha quedado ella, la montaña.
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