Opinión

Suicidio

Ahora que hay días para todo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido el de la prevención del suicidio. Ha tenido lugar en esta misma semana y de él se han hecho eco los periódicos siguiendo más o menos la pauta de la campaña lanzada por ese organismo internacional. Los medios han destacado que, en España, lo mismo que en otros países mediterráneos, la tasa de suicidios es de las más bajas del mundo y que, como en todas partes, por cada mujer suicida hay tres hombres con igual circunstancia. Y poco más, aunque siguiendo a la OMS se ha señalado que no tenemos un plan de prevención promovido por el Estado, cosa que no sé muy bien si es urgente dada la reducida dimensión del problema en nuestro país. Porque el caso es que los españoles, como les explico a mis alumnos, no nos queremos morir y sólo nos morimos cuando no queda más remedio. La geografía y el clima favorecen el deseo de vivir, el sol es luminoso casi todo el año y la vida social –en las plazas, los bares, el mercado, los centros comerciales– atractiva. Por eso nuestra esperanza de vida es tan alta y nuestros suicidios tan escasos –en términos comparativos, se entiende–.

Hace más de 120 años, Émile Durkheim, el sociólogo positivista francés, escribió su obra sobre el suicidio; y no parece que, desde entonces, haya habido mayores avances en el conocimiento de este fenómeno. Él destacó las importantes diferencias que se dan en cuanto a las tasas de suicidio en las distintas comunidades y estratos sociales, así como la persistencia de esas cifras. Y estableció la vinculación entre el suicidio y los aspectos del funcionamiento de la sociedad moderna que dan lugar a las emociones colectivas de malestar y anomia. El suicidio no es, así, sólo un acto individual expresivo de la depresión, la frustración o la ansiedad, sino un hecho social que es necesario desvelar.

Por eso sorprende el simplismo de la OMS en su campaña preventiva, pues en ella el suicidio es únicamente una cuestión individual. Por eso, este año ha insistido en que se reglamente el uso de plaguicidas para que los suicidas no se envenenen con ellos. Otras veces ha insistido en que los medios de comunicación no publiquen historias de suicidas para evitar un supuesto efecto de contagio. Tengo la impresión que este enfoque puramente médico e individualista no va bien encaminado del todo. Me parece que los que se ocupan de estos temas deberían recuperar las ideas de Durkheim y, en nuestro caso, también vendría bien ampliar los escasos estudios sociológicos disponibles al respecto.