Opinión
Sánchez, cowboy de cera
Días de dar por hecho que vamos a elecciones, aunque todos especulen con la penúltima bala y la última posibilidad de que el Rey proponga a Pedro Sánchez. Si Pablo Iglesias abandonase su agónico numerito comprendería que Podemos requiere de una RCP (reanimación cardiopulmonar) vía investidura falsamente gratuita: cuatro años de roer el hígado del presidente desde la bancada. Pero todo lo que tiene de orador consagrado en rebajas le falta de estratega. Aparte, el Rey, como explicaba donde Carlos Alsina el director de este periódico, Paco Marhuenda, no es el presidente de una república. Felipe VI ni debe ni puede enfangarse en la pista del circo. Bastante hizo con recordar en 2017 a una clase política con la chola en el agujero, como avestruces, que la Constitución es el último chaleco salvavidas, la muralla norte que separa Invernalia del foso de los muertos. Su discurso devolvió la esperanza a muchos. Aunque en 2019 las termitas que erosionan España lucen rollizas como andorgas. El presidente por accidente ha catado el trono y no lo suelta. Apuntala su mejor obra. La oposición languidece, canina, en un lecho de pinchos. Tampoco nadie sabe si España Suma, ni de qué sirve, toda vez que identifica como coto privado de varios cuantos partidos una pelea transversal, urgentemente necesitada de evitar la acotación ideológica más allá del mínimo común denominador de la Constitución. Claro que luego salía Borja Sémper a justificar los foros altomedievales al tiempo que desenfunda una bilis que no desentonaría en el discurso de Anasagasti. Por si fuera poco persiste el mantra infecto, que considera presentables a quienes trafican con lo de todos en la subasta de los hechos diferenciales. A quién le importa si llevamos siglos absolviendo las gatadas de los nacionalistas con editoriales tan emotivos como aquel del 21 de noviembre de 1986, Diario 16, cuando la fiscalía decidió no procesar a Jordi Pujol por los dineritos de Banca Catalana: «Con independencia de las fundadas sospechas de politización que la querella originó en su día, se puede decir que amplios sectores de la opinión pública, entre los que se encuentra este periódico, ya han dictado su veredicto, y éste es que el presidente catalán es moralmente inocente». Y así hasta ayer mismo. Cuando una cachonda, ex consejera de Educación en el gobierno vasco, preguntó a los editores si manipulan los libros de texto en según qué autonomías, y la doña, la que hace de las ruedas de prensa tras el Consejo de Ministros un escándalo de propaganda electoral en sesión continua, escribió en redes sociales que «hemos mantenido una reunión cordial y fructífera con los editores de libros de enseñanza». Dijo, «nos han manifestado su convicción de que los libros de texto no adoctrinan». Dijo, «los editores actúan profesionalmente y dentro de la Constitución, con el debido rigor científico y didáctico». Dijo todo esto sin alterar su hocico ni arrugar la conciencia. Y aquí paz y gloria. Y el informe de la Alta Inspección Educativa, y aquellos otros de la Academia de la Historia, reciclados en pienso para gorrinos o compost 100% empoderado y orgánico. «No someteremos a la ciudadanía a una nueva frustración de investidura fallida si el presidente del Gobierno no cuenta con el respaldo suficiente». «La ciudadanía entiende bastante mejor de los que pensamos que hay una inflexibilidad de Unidas Podemos». La culpa es de Pablo, pregonó Celaá la vocera. Sánchez dedicó seis meses a exprimir el presupuesto con vistas a las elecciones. Engatusó a millones para que creyesen evidente que sufríamos una insurgencia nazi. Ha dedicado el verano a emponzoñar el ambiente contra su único socio. Si todo marcha como publicita Tezanos e imagina Redondo alcanzaremos 2020 con el Gobierno por los tobillos. El PSOE sube porque a pesar del hastío y de que es responsable del coágulo nadie supo cómo responder. Ha manejado los tiempos a capricho y a sus rivales como a corderos. Los lleva de la oreja, vírgenes propiciatorias en la pirámide truncada y trucada de un portero de discoteca cuyo instinto asesino es inversamente proporcional a sus escrúpulos morales. Nunca nadie había atropellado de esta guisa las instituciones ni mintió con semejante saña. El Rajoy de los hilillos o el González de entrada no parecen meros aprendices, levemente maquiavélicos, frente a quién prometió tras la moción de censura en 2018 que «las elecciones serían lo antes posible». Viniendo del coche desvencijado con el que pastoreaba a los militantes Sánchez aprendió a sobrevivir a la intemperie. Incluso un candidato como él puede alcanzar la cima de la cucaña, y hasta presentarse en los platós cual Kennedy meridional, si aprende a sonreir mientras practica el arte gore del asesinato político. Sánchez es el maestro de todos los aspirantes a lobo alfa. Un hombre guapo y vacuo, sin chicha intelectual, más apto para un spot mudo en Mad men protagonizado por pueriles cowboys de cera que para presidir el Gobierno. Un mamporrero hecho a sí mismo que primero desolló a los suyos y más tarde a la competencia.
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