Opinión
Cataluña y «La cartuja de Parma»
Atribulado por las imágenes de Cataluña que hemos visto esta semana, he recordado la famosa novela «La cartuja de Parma». Entusiasmado con ella, Balzac aseguró que Stendhal la había escrito en 1846 con «un sentido profundo, que no es por cierto contrario a la monarquía. Se burla de lo que ama, es francés».
Sin duda se burla de los liberales, identificados como radicales: «Si cruje una tabla del entarimado, el príncipe se precipita a empuñar sus pistolas y cree que algún liberal está escondido debajo de la cama». El conde lamenta que el príncipe crea que «soy un liberal furibundo». Y en su desopilante diálogo con Ferrante Palla, el poeta republicano y ladrón, la duquesa le pregunta cómo compagina robo y liberalismo. Él responde: «Llevo nota de las personas a quienes despojo, y si alguna vez tengo algo, les devolveré lo robado». Naturalmente, sólo él decide lo que necesita para vivir, y lo roba.
Stendhal lanza un mensaje de prudencia ante los cambios violentos. No alaba el antiguo régimen: «Trabas monárquicas que no dejaban de ser vejatorias». Pero lo prefiere a lo que auguran las revoluciones, entre otras cosas por su componente divisivo: «El desvarío gozoso de los milaneses llegó al más alto grado; pero esta vez se mezcló con ideas de venganza: a aquel buen pueblo le habían enseñado a odiar».
En este libro, como en «Rojo y Negro», advierte: «La política en una obra literaria es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención». Stendhal no da pistoletazos, pero sí habla de política de la mejor manera posible: avisando de sus peligros, empezando por los derivados de la fatal arrogancia de quienes creen saber lo que pasa.
No puede ser casual, en efecto, que el extraordinario comienzo de la novela consuma tantas páginas en describir cómo el protagonista, el joven Fabrizio del Dongo, no consigue saber si realmente el fragor que lo rodea corresponde a la batalla de Waterloo, o no.
Hoy solo sabemos que Puigdemont sí está en Waterloo. De momento. Pero el futuro no está escrito, y lo peor que podemos hacer es, precisamente, lo que hizo Stendhal con «La cartuja de Parma», presionado por su editor: precipitarnos a terminar de cualquier manera.
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