Opinión

Sánchez y el napalm

Casi todas las escaramuzas provocadas por Pedro Sánchez tenían una de estas dos motivaciones: bien destruir a quien considera que lo humilló previamente, bien asegurar su permanencia en el poder. Al precio que fuera. Sólo así puede asumirse la convocatoria de las cuartas elecciones en cuatro años, diseñadas con el objetivo prioritario de destruir Podemos y planchar Ciudadanos. Mala suerte que la maniobra sólo fuera exitosa en el caso del partido bisagra, nacido para enarbolar la razón, mientras que el nacional populismo resiste a pesar de dejarse en la gatera varios cientos de miles de votos. Bien mirado Sánchez, Calvo y Redondo pueden estar bastante satisfechos. Hundieron a un Ciudadanos que discutía su primacía en el centro izquierda, y que colocaba un espejo atroz frente a las obscenas claudicaciones del PSC en Cataluña. No podían perdonar la existencia de los naranjas porque su mero pálpito es el recordatorio de las traiciones a sus votantes, y al resto de los españoles, de los socialistas catalanes, antes que nada y por encima de cualquier otra consideración catalanistas, o sea, partidarios de que los habitantes de ese territorio sean tratados como distintos, mejores, más guapos, en virtud de sus sacrosantas gónadas. Al cabo tontos útiles, socios imprescindibles, mamporreros, expendedores de la siempre necesaria superioridad moral y entusiastas compañeros del crimen nacionalista. La operación, por mucho que el PSOE perdiera setecientos mil votos, también ha lastrado la recuperación del PP, que se quedó a medias de la remontada. De paso alcanzan las postrimerías del otoño con la extrema derecha en el lugar que siempre soñaron. Lo de Vox y nuestros cabezas de chorlito mediáticos y nuestros políticos sin escrúpulos se estudiará como un caso de piromanía, como el intento más bochornoso de poner patas arriba el experimento democrático alumbrado en la Transición con el propósito de excusar su insistencia en manejarse en los marcos mentales e ideológicos de hace medio siglo. Para prolongar el boicot a cuando oliera a derecha, para justificar el apoyo que reclaman a los enemigos de España, cantonalistas, supremacistas y golpistas varios, los monos con pistolas de la izquierda mainstream, los presentadores gagás, los columnistas a sueldo del señorito, los que jamás alzan la voz en presencia de los gorilas, los cobardes que han requerido años de apisonadora nacionalista, y el concurso de las llamas, para atreverse a criticar el relato, necesitan del concurso de un Vox a la exacta altura de sus jeremiadas. Llámenlo profecía autocumplida o política basura antes de invocar, junto a los espectros de Truman Capote y Santa Teresa, los litros de lágrimas escanciadas por las plegarias atendidas. Por otro lado estaba cantado que el proceso insurreccional sufrido desde 2017, la brutal degradación de la convivencia, las agresiones al Estado de Derecho, las hostilidades contra el pacto de convivencia y la martingala nacionalista no saldrían gratis. Lo extraño no es el auge voxista, sino que a estas alturas no haya triplicado sus resultados. Hubo un momento en que pareció que los partidos estatales dimitían de cualquier pretensión de conservar el demos y acabaríamos a merced de las sierpes identitarias, que escarban en el arcón de los huesos podridos para vindicar, pongamos, cositas tan prosaicas como una fiscalidad privilegiada. Si en el País Vasco te operan varios meses antes de un mollate cancerígeno que en Extremadura o si hacen dumping empresarial a las autonomías vecinas se justifica con historias de santos e invocaciones a la hipótesis Sapir-Whorf, que vino a explicar que los seres humanos vivimos en compartimentos estancos, aislados los hablantes de los distintos idiomas por cómo experimentan a partir de las palabras el mundo real. Dicho en plata, como yo leo Dios y la Ley Vieja y tu escribes Jaungoikua eta Lagi zarra pues no podemos vivir juntos o, como mal menor, mereces unos fueros medievales que te aseguren un nivel de vida muy por encima del de otros ciudadanos, no bendecidos por la felicísima suerte de contar con una lengua propia y un chollo intransferible. Un dislate científico y una completa inmoralidad, un sonajero dogmático, un detritus irracional, pero con estos mimbres, estos partidos y estos teóricos avanza cogida de la entrepierna la política española de estas décadas. Lo que nos espera es un circo en technicolor para montar el gobierno Frankenstein II o una escapada agónica para lograr que Pablo Casado venda su rendición a precio de saldo. Hay quien malicia que Sánchez tiene decidido apurar los plazos, marear al personal, enviar emisarios, organizar reuniones y en el último segundo, con Pablo Iglesias y Unidas Podemos con la lengua fuera, desdecirse del preacuerdo firmado ante la mirada del separatista Asens, que seguro que no es tan tonto como parece, encoger los hombros en ese gesto de muñeco inane o ventrílocuo sonriente y aclarar que el destino de España queda en las manos de PP y Ciudadanos. O yo o el caos. Pudiera ser, aunque los cernícalos de la nueva y la vieja política son menos maquiavélicos, más primarios, de lo que especula la turba de politólogos abonada a las frases hechas y los pictogramas. Será lo que tenga que ser a medida que el maratoniano Sánchez devore kilómetros. Si para reinar toca regar con napalm el 78, lo hará sin mover un músculo.