Opinión

Clima sí, hipocresía no

Vaya por delante que no soy de los que creen que la tierra es plana, ni defiendo que la teoría de que la evolución sea una «milonga» porque todos descendemos de una pareja de pecadores, ni mantengo que el sol y el universo conocido giran en torno a nuestro privilegiado planeta, ni mucho menos que sean exageradas las señales de alarma que suenan a propósito del deterioro medioambiental, más bien todo lo contrario. No solo no me encuentro entre el siempre inevitable elenco de negacionistas sino que soy de los convencidos de que el nuestro es un planeta privilegiado y la única casa que tenemos, sin posibilidad de mudanza imaginable.

Y como hoy arranca en Madrid una cumbre del clima que tratará al menos de apuntalar algunos de los compromisos del acuerdo de París de 2015 y sobre la que se va a hablar en los medios de comunicación casi tanto como del tema «menor» de unas negociaciones entre ERC y socialistas que mantienen en vilo a quienes temen por la merma del régimen constitucional, no estaría de más alguna matización ante argumentos que pretenden concienciar sobre los efectos del cambio climático señalando como «negacionistas» a todos aquellos que no avalan sus métodos, desde una ortodoxia rayana en la hipocresía. De entrada convendría aliviar de toda carga ideológica un asunto que atañe directamente a la salud del planeta, porque ecología entendida desde parámetros de sentido común no es ni de izquierdas ni de derechas, por mucho que algunos pretendan secuestrarla para su particular argumentario de confrontación política, razón por la que sería exigible un mínimo de coherencia a la hora de establecer varas de medir. Que, por poner un ejemplo, el gobierno de Bolsonaro haga la vista gorda a la quema de miles de hectáreas en la selva amazónica no exime a los gobiernos de sus antecesores, los izquierdistas Lula y Rousseff, exactamente de la misma responsabilidad, de igual manera que resulta como poco ingenuo por no decir interesado, no situar al gigante comunista chino como primer causante de las nocivas emisiones de CO2 junto a Estados Unidos. Sin la voluntad de ambos hay caso pero no solución.

Tampoco estaría de más reconocer las toneladas de hipocresía que rodean al problema. Ni reparamos en la irrupción de países tercermundistas que ya empiezan a comer caliente y disponer de interruptor de la luz a costa de hacer eso que siempre hemos hecho los del primer mundo y que no es otra cosa más que contaminar, ni se nos ocurre a los «concienciados ecologistas occidentales» pasar del golpe de pecho a los hechos, sencillamente renunciando aunque sea puntual y testimonialmente a algunos elementos de consumo energético que garantizan nuestro nivel de vida, desde jactarnos de ciudades atiborradas de luces navideñas hasta eso tan normal como resulta meter la mano en la fresquera y sacar la coca cola bien helada. Hipocresía.