Opinión

Madrid vs Cataluña

Todo empezó muchos años antes. En la economía rara vez se producen cambios revolucionarios. Antes bien, éstos son graduales y persistentes; y por eso tardan en hacerse visibles al espectador poco ducho en la sutilidad estadística. Lo hemos comprobado ahora, cuando el INE ha anunciado que el PIB madrileño superó el año pasado al catalán. Enseguida se ha hablado mucho del «procés» y sus consecuencias, pero hay que remontarse un cuarto de siglo hacia atrás para comprenderlo. Fue entonces cuando, tras la crisis del sistema monetario europeo y con Felipe González liderando un gobierno renqueante, Jordi Pujol encontró la oportunidad de hacerse imprescindible en una gobernación de España que revalidaría tres años después en el Pacto del Majestic. Un año antes, en 1995, el PP desplazó al PSOE en el gobierno de Madrid.
Ambos acontecimientos políticos coincidieron con vaporosas mudanzas en el crecimiento regional. Cataluña vio que su economía engordaba sistemáticamente menos que la del conjunto de España, mientras en Madrid ocurría todo lo contrario. Al cabo de veinticinco años, el PIB catalán había aumentado a un ritmo del 2,15 por ciento anual –sólo siete centésimas por debajo de la media española– y el madrileño a un 2,77 por ciento –o sea, 55 centésimas por encima de ese promedio–. En términos reales –es decir, descontando el efecto de la inflación– bastaron 18 años para que Madrid superara a Cataluña. Estábamos en 2011, en lo más profundo de la crisis financiera, pero no lo percibimos porque los precios catalanes venían creciendo por encima de los de Madrid. No mucho –el 2,32 frente al 2,17 por ciento en el mismo período–, pero sí lo suficiente como para camuflar algo la pérdida de peso económico de Cataluña en España. Pero pasados siete años más, el dictamen estadístico sería ya inapelable y el INE plasmaría en su Contabilidad Regional una cifra más elevada para Madrid que para Cataluña.
Algunos verán en estos números la confirmación de la superioridad de las políticas liberal-conservadoras, tendentes a la liberalización y la competencia, frente al intervencionismo nacionalista. Sin duda hay bastante de eso, pero también juegan otros factores que tienen que ver con la especialización productiva regional –más industrial en Cataluña y más de servicios en Madrid–, la geografía –que hace de la corona metropolitana madrileña un gran mercado–, la concentración del poder financiero, el capital humano y el cosmopolitismo –con ventaja madrileña en todos los casos–. Añádase si se quiere la residencia de las instituciones estatales, aunque no es seguro que ello suponga una ventaja inapelable como, por cierto, demuestra la historia catalana durante la Restauración borbónica y el franquismo.