Opinión
La muerte de Brian
Ha muerto Terry Jones, uno de los Monty Python y director de «La vida de Brian», tal vez la más irreverente y libre película de los años que nos han tocado vivir. El caos de aquella Galilea con un falso Hijo de Dios, su propio «procés» y la aparición estelar de una feminista revolucionaria parece un cómico retrato de lo que vendría treinta años después. Aquella obra maestra hoy estaría sometida tanto a la censura religiosa como a la paranoia progresista y los que señalan a cualquiera por eso que llaman «apropiación cultural» que conllevaría a que solo los de San Fernando podamos interpretar a Camarón. Caminamos hacia atrás a la espera de caer en el precipicio entre el ministerio de la verdad y el pin parental en un intento de suicidio global que dejará muchos cadáveres en el camino lobotomizados por el poder, sea el que sea. Lo «moderno» son conceptos alienantes como «lenguaje inclusivo», «memoria histórica», «justicia fiscal» e incluso «igualdad», que en realidad significan lo contrario a lo que pregona el enunciado. La propia vicepresidenta propuso ayer cambiar el nombre del Congreso de los Diputados para saltarse esa regla del género neutro que tan bien explicaron los académicos. Si la realidad desdice a los políticos, se cambia a golpe de decreto. Los tentáculos de un régimen totalitario horadan en el estiércol para sembrar el árbol del mal y calentar el huevo de la serpiente. Seguiremos votando (aquí y en medio mundo) y nos harán creer que estamos en una «democracia consolidada» que ya puede enfrentarse a ciertos debates sin que se resquebraje cuando en verdad os digo que votaremos para nada ante la imposición de la dictadura de las ideas y la insensatez tecnológica. Jamás se ha mentido tanto sobre la promesa de un mundo feliz que anhela la uniformidad y el aniquilamiento de la disidencia. La revolución es en realidad involución. De aquí a la quema de ciertos libros solo hay un paso. Las subvenciones a supuestas obras de arte siempre y cuando sirvan de propaganda se torna como una indecente herramienta cultural. La libertad de expresión vive bajo amenaza, y no es la extrema derecha, con la que se llenan la boca vacuos intelectuales, la mayor culpable. Acción-reacción, y ninguno de los puestos de combate es bueno para ganar la guerra a la mentira. La gran tentación de taparle la boca al otro de los poderosos de turno, de creer que el «discurso del odio» siempre lo pronuncia el de enfrente, llevará a la extinción del hombre, al mundo felliniano de los sueños que sí que son verdad.
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