Opinión
Supervirus
Si es verde y tiene asas, si sirve para contener agua, muy probablemente sea una alcarraza. A menudo, las cosas son exactamente lo que parecen. La OMS ha declarado epidemia internacional el coronavirus y Rusia ha cerrado los 4.200 kilómetros de sus frontera con China a cal y canto. El gigante asiático construye a toda prisa hospitales de campaña y su economía renquea –hoteles y restaurantes cerrados, negocios y aeropuertos clausurados–.
A la vez, el ministerio de Sanidad español nos explica que la disposición de la OMS no entraña novedad, que ya se sabía que la enfermedad se transmite por el mundo, que la mortalidad del coronavirus es la de una gripe y bastante menor que los anteriores brotes respiratorios (un 3 por 100 de fallecidos, frente al 10 por 100 del SARS y el 35 del MERS), que los contagios son los propios de las infecciones víricas. Que por eso se pasea por España el equipo de fútbol de Wuhan, que ha viajado en línea comercial, sin precaución alguna, pero tras haber superado el período de incubación.
Surge inevitablemente la pregunta. ¿Por qué fletamos un avión para rescatar a los compatriotas sanos y jóvenes? ¿Por qué sometemos a los sospechosos a cuarentena? ¿Por qué se difunde la foto de un señor tirado y muerto en las calles de Wuhan? ¿Por qué dice el doctor Cavadas que las muertes en China son 10 ó 100 veces más? Algo no cuadra. A fuerza de reiterar que no hay peligro, se inocula la sospecha. A base de minimizar riesgos, se multiplica el temor.
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