Opinión
El Rey y la palabra
Resuenan aún los ecos del discurso de S.M. el Rey al abrir la XIV legislatura ordinaria de la historia política española, desde 1979; aunque a no pocos españoles les gustaría que fuera la «catorceava», por abreviar. A estas catorce se sumaría la constituyente, de 13-VII-1977 a 22-III-1979. Felipe VI en su alocución, dirigida a diputados y senadores, representantes de 47 millones de españoles; es decir a todos, hizo una llamada a la búsqueda del entendimiento, a través del diálogo, para avanzar en la consecución del bien común; algo solo posible desde el respeto. Fue una pieza oratoria clara y directa. La declaración rotunda, otra vez más, del compromiso de la Corona con la Constitución y con España.
Formuló el monarca repetidas alusiones a los principios y valores democráticos y constitucionales y, a manera de síntesis, pronunció dos frases para la reflexión: «España no puede ser la de unos contra otros», y, en consecuencia, «España debe ser de todos y para todos». Tan solemnes afirmaciones no son meros enunciados retóricos, devienen simplemente de la aplicación de los principios y valores aludidos: igualdad, solidaridad y libertad. En su intervención ante las Cortes destacó el Rey, además de los términos ya mencionados (diálogo, acuerdo, respeto, bien común, …), el decisivo valor de la palabra, el argumento, la razón, la reflexión, … y, sobre todo, el concepto de España, como realidad histórica y política común. Llamó nuevamente a recuperar la autoestima y la confianza en las instituciones y, para eso, es necesario devolver su papel a la palabra. Un sentimiento que viene tomando cuerpo en los intelectuales más dignos de ese nombre.
Acaso no digamos nada nuevo si afirmamos que la palabra es la tangente entre el hombre y Dios; el instrumento de creación, divina y humana. Y que el hombre construye su universo mediante la palabra. Un mundo en el que encuentra su propio sentido. De ahí su enorme valor; hasta el extremo de que se constituye en el hombre mismo, como indicaba Pierce. En mi tierra castellana tal identificación llegaba al punto de que un hombre sin palabra, es decir sin verdad y sentido del compromiso no era un hombre. Un ser humano valía tanto como su palabra. Curiosamente, a través de la ética, un campesino castellano llegaba a conclusión parecida a la formulada por el creador del pragmatismo, en clave de filosofía del lenguaje. En otro ámbito, escribía Espriu que las palabras han vivido para salvarnos, para devolvernos el nombre de cada cosa, para que sigamos el recto camino que nos permita dominar la tierra.
Gracias a las palabras nos hemos elevado por encima de los animales –según Huxley– guste o no a los animalistas rampantes. Aunque cabría añadir también que, a través de su perversión, podemos hundirnos en el nivel de los demonios. No es este uno de los peligros menores, en el riesgo permanente de deshumanización en el que vive el hombre. La palabra puede hacernos libres o esclavos. Más aún la palabra verdadera es ya la libertad. Desafortunadamente vivimos tiempos de ruidos y de imágenes, más o menos distorsionadas, no de palabras. Nunca se ha abusado más que ahora de las palabras para ocultar la verdad, decía Fromm, y así seguimos. Por eso ahora, cuando el «relato», asentado en la mentira, suplanta la realidad, resulta imprescindible dignificar la palabra. Conviene recordar lo que advertía Julián Marías: «España es el país en el que las palabras tienen más importancia. Porque España es un país en el casi nunca se dice lo que pasa, sino que pasa lo que se dice».
El Rey ha dado, como viene siendo habitual, ejemplo de cordura, de serenidad y de algo que ha reclamado en varias ocasiones: respeto. Fuera del hemiciclo, quedaron los que le acusan de franquista y no le reconocen como interlocutor, ni se sienten representados por él. Puede que tengan motivos para combatirle, esos demócratas de pacotilla, falseadores del pasado y del presente, insolidarios, promotores de desigualdades injustas y con inclinaciones liberticidas, que se empeñan en imponer sus «proyectos» a la mayoría, recurriendo a cualquier medio, no pueden verse representados por el Rey. S.M. tendrá mejor o peor disposición a tolerarlos, pero no es de esperar que sea nunca comunista con veleidades totalitarias y mucho menos filoetarra y separatista.
La figura de Felipe VI se ha visto engrandecida por el contraste entre su dignidad y la indignidad de sus detractores; por su lealtad frente a la deslealtad, no ya solo de los que no entraron al salón de sesiones. El Rey está en el epicentro de la vida pública española, como referente de la mayoría de los ciudadanos y lo está para el bien de España.
✕
Accede a tu cuenta para comentar