Opinión
Donde viven los monstruos
Hace un mes supimos que en Baleares habrían sido prostituidas y violadas casi todas las niñas tuteladas por el Institut d’Afers Socials (IMAS). Algunas tienen 13 años. Recordarán que allí gobierna el PSOE junto a Podemos y los soberanistas de Més. Y ojo. El quilombo viene de lejos. Salpica a muchos. Pues bien, tengo noticias. La consellera de Servicios Sociales, Fina Santiago, todavía no ha dimitido. El Institut d’Afers Socials (IMAS) sigue abierto. Aunque a estas alturas debería de haber recibido la visita de «Los hombres de Harrelson» a lomos de un helicóptero Bell. El PSOE anuncia que rechaza la creación de una comisión de investigación. Son las rutilantes contradicciones de un activismo que patrulla el catre ajeno, las películas que ves, las letras de las canciones y hasta el currículum psicoafectivo y sexual del cantante de boleros. Pero que parece menos interesado en la suerte de unos menores traicionados por las instituciones públicas encargadas de velar por su seguridad y derechos. Menos mal, lo anunció este miércoles la plenipotenciaria ministra del sólo es sí es sí, o sea, Irene Montero, que España ocupa ya el octavo puesto en el Global Gender Gap Report (Índice Global de Brecha de Género). Dice Montero que «es una excelente noticia que volvamos a estar entre los 10 países del mundo que más han hecho contra la brecha de género, sin duda se lo debemos a la fuerza del feminismo. Muy orgullosas de que España lidere este impulso feminista». Y uno, igual que Jorge Bustos, no puede sino felicitarse por los monumentales progresos experimentados por la mujer española, sometida a los bestiales rigores del heteteropatriarcado fascista, marichulo, opresor y etc., hasta el pasado 13 de enero. Ahora sólo falta que mientras el gobierno de progreso pone las últimas comas a una ley de libertades sexuales absolutamente enfática, redundante y, por lo que anuncian, también puritana y extravagante, dedique el resto del tiempo a preguntarse qué demonios sucede en Baleares. Allí donde los funcionarios avisaron de las agresiones hace ya once años y la respuesta fueron nuevos protocolos y nuevos cursillos para prevenir los abusos. El mayor escándalo en la historia de la democracia no abre portadas y telediarios todo el día, todos los días. Nuestros «justice warriors» prefieren discursear exóticas memeces sobre la masculinidad tóxica. Nadie entona la balada de las niñas perdidas, donde viven los monstruos.
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