Opinión

Semana fantástica

El recién estrenado Gobierno de coalición progresista se debía haber enfrentado en sus primeras semanas a diversos problemas, algunos de ellos de gravedad: la financiación autonómica, una oposición supuestamente obsesionada con crear crispación, Cataluña o la crisis del coronavirus. Ninguno de estos frentes, sin embargo, ha tenido relevancia alguna en comparación con los problemas que la coalición progresista se está creando a sí misma.

El principal ha sido el del borrador de la célebre ley del sólo «sí es sí», también llamada anteproyecto de ley de Libertades Sexuales. Aquí se combinaron dos cuestiones. Por una parte, la competencia por colgarse la medalla progresista-feminista, con el liderazgo de la manifestación del 8-M en juego (veremos lo que pasa hoy y quién consigue hacerse con la calle, con las cámaras y con las redes).

Por otra, y relacionada con la anterior, las prisas por sacar adelante un texto legislativo avanzadísimo, pero que no fuera el esperpento redactado bajo la inspiración de Irene Montero y filtrado, con fines demostrativos y pedagógicos, desde Moncloa. Las filtraciones, los codazos y las palabras gruesas han salpimentado el episodio, que ha demostrado la fragilidad la unidad del progresismo español en su tarea de gobierno. Evidentemente, no había más programa común que echar al centro derecha e instalarse en la Moncloa. Una vez ahí, ya veríamos. Ya hemos empezado a verlo.

La octava Ley de Educación de la democracia, que lleva camino de llamarse «ley Celaá», –con poca gloria para su promotora, es de temer– ha sido otro de los frentes abiertos entre coaligados progresistas. Habiendo presentado el gobierno el mismo proyecto que ya preparó antes de las últimas elecciones, los socios podemitas irán por libre en el Congreso y han manifestado su voluntad de presentar enmiendas que se opondrán a algún elemento de la ley, como una parte de las subvenciones a colegios concertados. También aquí está en juego la bandera progresista, reivindicada como propia por ambos partenaires.

Si el Dios del progresismo no lo remedia, las discrepancias se aclararán en el Parlamento, como ocurrirá con las diferencias de criterio sobre la comisión de investigación que Unidas Podemos quiere montar sobre la conducta de Don Juan Carlos. El PSOE ha respondido con argumentos categóricos, derivados de la inviolabilidad del monarca establecida en la Constitución.

El radical progresismo cede aquí el paso a ese aura de responsabilidad institucional del que gusta revestirse el PSOE en ciertas circunstancias, en particular en su relación con la Corona. Algo parecido ocurre con la corrección del borrador –vamos a llamarlo así– de la ley de sólo «sí es sí». El que afecte a la Corona le añade un matiz de respetabilidad que tal vez engañe todavía a algún ingenuo. (Esperemos que no abunden en la Casa Real).

La discrepancia de Podemos con respecto al recurso del Gobierno ante la Audiencia Nacional por la condena en el caso Couso ha sido otro de los puntos frágiles de la semana. Revela, retrospectivamente, la irresponsabilidad que el PSOE ha demostrado siempre en este asunto. Irresponsabilidad que ahora se vuelve contra él en un caso que él mismo contribuyó a crear con demagogia desenfrenada, típica del socialismo español. Y está por fin, en la crisis del coronavirus, la decisión de la ministra de Trabajo de hacerse un hueco en la agenda informativa con un comunicado propio que ha revelado la falta de liderazgo político en la lucha contra la epidemia. Ya sea por estrategia comunicativa o por prudencia ante una crisis económica que empieza a barruntarse de primer orden, ni el Presidente ni su gobierno (en forma de gabinete de crisis) están teniendo el menor papel en este asunto. Ni siquiera por solidaridad con las víctimas de la enfermedad. En este punto, se ha puesto de relieve la escasa calidad del liderazgo de Pedro Sánchez.

Como alguno de los gobiernos de la Segunda República, también este se formó en función de los nombres que debían formarlo. Y como en aquellos tiempos gloriosos, tan añoradas por nuestros progresistas, lo que revela la acción del gobierno son las costuras de aquello que los (des)une. La tradición permanece intacta. Ni se deja gobernar, ni se gobierna.