Coronavirus
Sálvame de Buch
La principal tarea del Gobierno regional de Torra es intentar fingir que ellos son un Gobierno de talla mundial
Dada la gravedad de la situación mundial que capta toda mi atención, he olvidado últimamente hablarles de la política regional. He hecho mal, porque en Cataluña este ámbito siempre es segura fuente de risas, lo cual siempre alegra. Por aquí, lo único que anda haciendo Torra es enredar para intentar recuperarse de su ecuménico desprestigio, con la tosca y neolítica campaña de jurar, ante cualquier iniciativa que tome el Gobierno, que él lo hubiera hecho mejor. Como eso es imaginario e indemostrable, con lo cual ni informa ni aporta nada, muchos hemos dejado de escucharle: tanto a él como a su emisora.
Hace años, TV3 emitía noticias serias y series cómicas. Ahora emite noticias cómicas y series muy serias; es decir, francamente aburridas. Pero lo que pasó este lunes pasado ante sus cámaras entre las tres y las cuatro de la tarde fue prodigioso, colosal, una apoteosis de delirio lisérgico que nos llevó a los televidentes a retorcernos llorando de risa por el suelo frente a la pantalla y quedar convencidos de que el gobierno regional está seguramente en manos de Abbie Hoffman o Timothy Leary.
De verdad, si tienen ustedes alguna posibilidad de plataforma o buscador que les permita ver la tele de días pasados, introduzcan en él los parámetros TV3, lunes, 13 de abril, de tres y media a cuatro, y prepárense para troncharse de risa. Ese día decidieron hacer una rueda de Prensa imitando las que hace el Gobierno central con preguntas de los periodistas por pantalla interpuesta. La principal tarea del gobierno regional de Torra es intentar fingir que ellos son un gobierno de talla mundial, así que copian todos los modos del central, solo que en cutre y llegando tarde. Si el Gobierno hace ruedas de Prensa telemáticas, ellos copian el formato una semana después. Si el Gobierno central reparte mascarillas el 13 de abril, ellos afirman que lo harán el 20 de abril. Si les dices que eso es reaccionar tarde y mal, se justifican diciendo que ellos tardan más porque no les gusta la clásica improvisación española.
Los catalanes les damos entonces una palmada en la espalda, les decimos que claro, claro, por supuesto, y nos marchamos reflexionando tristemente sobre cuánto tiempo de nuestras vidas hemos desperdiciado hablando con enajenados. Por ese camino, el lunes pasado nos encontramos los televidentes contemplando una rueda de Prensa del gobierno regional al estilo de las de Moncloa, solo que con la pequeña diferencia de que ésta acabó como el rosario de la aurora. Comparecían la consejera de Sanidad, la de presidencia y el consejero del Interior, Miquel Buch. En uno de los cuentos del «Decamerón» de Bocaccio, aparece el personaje de Micer Ciapperello, redactor de documentos, al que se describe como rechonchuelo y del que se cuenta que «tenía a grandísima afrenta el que alguno de sus documentos dejara de ser falso».
Micer Buch se ha ganado una fama similar en Cataluña, como se verá más tarde, pero ya de entrada nos notificó una queja extravagante: que el Gobierno había enviado 1.714.000 mascarillas a Barcelona y los primeros cuatro números de esa cifra coincidían con los de la bonoloto (perdón, quería decir con los del año de la Guerra de Sucesión) y que una coincidencia así seguro que se había hecho adrede para afrentar. Obviamente, el público comenzó a dudar entre enviarlo a «Cuarto Milenio» para que hablara con Iker Jiménez o empezar a exigir severos controles de alcoholemia y drogas a partir de ahora para ingresar en el gobierno regional.
Yo, que siempre he sentido una especial ternura por los homínidos, estuve a punto de enviarle mi columna del pasado 2 de abril sobre coincidencias numéricas de la pandemia. Pero no hubo tiempo, porque algo pasaba en el plató: un periodista que le había pedido un dato llamaba a Micer Buch mentiroso por habérselo negado. Micer le decía aquello de usted no me llaman a mí eso. El otro insistía: mentiroso, mentiroso… y acto seguido se enzarzaban en tirarse del moño telemáticamente al estilo «Sálvame de lux». No había manera de pararlos. Todo pasaba en directo y el bochorno era inmenso.
Para intentar arreglarlo, la consejera de Sanidad pensó que era bueno reprocharles en un tono lastimero, allí mismo en directo, el lamentable espectáculo que estaban dando. Una juerga. Como indicador de lo que sucede en cualquier zona caciquil, baste decir que es curioso comprobar cómo, en estas telemáticas ruedas de Prensa regionales, los más incisivos son los periodistas viejos. Los jóvenes tienen todavía una carrera que labrarse por delante y no quieren ponerse a mal con nadie. Los viejos, que ya tienen la carrera hecha y saben hasta dónde llegarán y dónde no, son los únicos que se atreven a incomodar. El que incomodó a Buch era mayor. Yo me descubro ante estos veteranos que no están ya para bromas, porque ellos van a hacer aflorar los mejores ratos de sonrojo delator que puedan entregarnos los políticos de faralaes en todo este tiempo de confinamiento.
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