
Tribuna
Lecciones para que no nos cambien por Netflix
La universidad no es un algoritmo ni un tablero de disputa ideológica, es una promesa de país. Y merece ser vivida, financiada y contada con el respeto que merece todo lo que, de verdad, transforma el mundo

Una vez escuché a un estudiante decir que, si tuviera que pagar por su grado universitario, preferiría invertir ese dinero en una suscripción de por vida a una gran plataforma de contenidos. «Allí está todo lo que necesito saber», aseguraba con una sonrisa, sin saber que acababa de resumir el síntoma de una crisis que amenaza con vaciar de sentido a la institución universitaria. Esa anécdota, tan banal como el scroll infinito, nos interpela con urgencia: ¿para qué sirve hoy la universidad?
La universidad española se enfrenta a un momento decisivo. La reciente reforma legislativa, impulsada por la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU), plantea un marco de cambio que, sin embargo, está lejos de ofrecer respuestas claras a los desafíos estructurales. Hoy, los sistemas universitarios más prósperos del mundo están encarando debates y reformas profundos. En Australia las universidades se han unido para defender su sistema educativo. En el Reino Unido se multiplican los foros sobre el futuro de las universidades. En Estados Unidos se debate sobre la autonomía institucional, el efecto Trump y los límites de la neutralidad. En dos semanas cincuenta universidades de 17 países se reunirán en la Universidad de Navarra para abordar el desafío de la Inteligencia Artificial para la educación superior. En todos ellos hay una palabra común: transformación.
En un país tan acostumbrado a mirar hacia adentro, observar el contexto global y aprender de él puede ser una oportunidad histórica. Aun reconociendo las singularidades propias de cada región, podemos extraer de las universidades de nuestro entorno cinco aprendizajes para inspirar la conversación del cambio en nuestro sistema universitario.
1. Redescubrir el propósito. Hoy más que nunca, la universidad debe recordar a la sociedad su razón de ser: formar ciudadanos libres, generar conocimiento y contribuir al bien común. En una época de posverdad, inteligencia artificial y corporaciones tecnológicas ofreciendo «microcredenciales» en streaming, la universidad debe clarificar su valor: la búsqueda de la verdad, el pensamiento crítico ciudadano y la formación integral. Las universidades del Reino Unido, en una grave crisis financiera y pérdida de influencia internacional, están reaccionando para demostrar el impacto social y económico que tienen sobre el país.
2. La urgencia de actuar con visión de Estado. Las universidades son instituciones de soberanía intelectual. En un mundo marcado por la geopolítica, invertir en educación superior es una apuesta tan estratégica como hacerlo en energía o defensa. India permite la entrada de universidades extranjeras de alto nivel para establecer campus en el país. Francia ha intensificado su estrategia de atracción de estudiantes internacionales (500.000 estudiantes extranjeros para 2027). China, Bangladés, Letonia y Portugal diseñan también reformas institucionales. Aquí en España, de momento, preferimos hablar de Eurovisión.
3. Gobernanza estable y autonomía financiera. Las universidades que lideran rankings internacionales comparten una misma lógica: tienen un gobierno profesional, estable y con margen de actuación. Los países de ámbito anglosajón han ensayado fórmulas de gobierno alternativas y gozan de una capacidad de planificación que se sostiene sobre la diversificación de sus ingresos. En España, también necesitamos cambios en el modelo de gobierno, más competitividad y autonomía de decisión, un sistema más flexible de retribución del profesorado y favorecer la movilidad del alumnado.
4. Trabajar juntos para un bien común. El sistema universitario español sufre una fragmentación que lo debilita. Cada región, cada universidad, defiende su parcela, su especificidad, su modelo. Pero los desafíos actuales exigen una respuesta coral. En Australia, las universidades han aprendido a hablar con una sola voz ante el gobierno y la opinión pública, defendiendo el valor del sistema y oponiéndose a políticas refractarias a la movilidad internacional. Aquí, urge una actitud similar. La universidad no puede ser una batalla de intereses políticos locales, sino un proyecto nacional.
5. Enraizarse en la sociedad. Las universidades necesitan activar la conexión emocional con la ciudadanía. No hay universidad con futuro sin orgullo de pertenencia. En Asia, Singapur es un ejemplo, muchas universidades han sabido construir su reputación tejiendo alianzas con sus antiguos alumnos, comunidades locales, empresas y donantes. Los lazos afectivos con el alma mater también se traducen en millonarios fondos patrimoniales (endowments) que permiten ampliar las becas, potenciar la investigación y mejorar los sueldos. Debemos abandonar actitudes defensivas y de frustración, y apostar por la cercanía y el compromiso de la sociedad con sus universidades.
Volviendo al estudiante que prefería pagar Netflix antes que un grado, quizá la universidad deba inspirarse en la plataforma, no para imitarla, sino para superarla. Netflix es un producto de entretenimiento, y la universidad es una propuesta de sentido. Nuestro desafío es claro: crear un Pacto de Estado por la Universidad Española que garantice su calidad, financiación, gobernanza, proyección internacional y autonomía institucional. Un pacto inclusivo que comprometa a gobiernos, empresas, sociedad civil y a las propias universidades, públicas y privadas, a trabajar por un sistema competitivo, sostenible y con raíz en lo mejor de nuestra tradición intelectual. La universidad no es un algoritmo ni un tablero de disputa ideológica, es una promesa de país. Y merece ser vivida, financiada y contada con el respeto que merece todo lo que, de verdad, transforma el mundo.
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