Opinión

La nueva normalidad

Pedro Sánchez está fascinando por la nueva normalidad. No parece saber muy bien lo que es y las explicaciones que dio el pasado martes resultaron confusas, quizás porque un Presidente de Gobierno no tiene por qué descender al detalle al que él intentó llegar, en vez de quedarse en la tarea que le corresponde: los grandes elementos de una estrategia, los pactos políticos que se han alcanzado para ponerla en marcha, las cifras reales (en la medida de lo posible) de los elementos básicos con que se cuenta. Pero si esa es la tarea de un Presidente de Gobierno, hay que constatar que tampoco en esto Sánchez tiene muy claras las ideas. No conocemos los elementos de la estrategia. No hay diálogo con ningún agente político ni social. Y tampoco hay cifras fiables, porque el propio Gobierno se ha acostumbrado a tergiversarlas hasta el punto de mentirse a sí mismo, como volvió a hacer Sánchez en esa misma intervención con el número de tests realizados.

Quizás por eso, porque le falla aquello que constituye el fundamento del liderazgo, se ve obligado a perderse en esos interminables y gélidos discursos. El caso es que la «nueva normalidad» parece traerle la esperanza de algo distinto, como una luz al final del túnel. Tal vez lo que le atrae de esa expresión de aroma inequívocamente totalitario es verse al mando de una sociedad distinta. Una sociedad de la que él reescriba la historia después del corte de esta gran crisis. Una sociedad sin las complejidades propias de las democracias liberales: sin separación de poderes, sin las cortapisas que imponen las Comunidades Autónomas y con un Parlamento reducido a un escenario irrelevante. Un mundo donde él, Pedro Sánchez, dicte la verdad y descarte con gesto disciplente las fake news.

En realidad, Sánchez ya está anticipando esa nueva normalidad en su conducta. Le ha cogido gusto al mando –que no a la negociación ni a la gestión prudente y pragmática– y ha dejado de hablar no ya con la oposición, para la que tiene reservado un único destino, que es el silencio. Tampoco habla con sus propios socios, aquellos que le llevaron a la Moncloa y que cada día se alejan más de él. Para Sánchez, la nueva normalidad se llama confinamiento con un único interlocutor, el que un día fue su pesadilla.