Opinión

La Universidad «onlife»

Contaré tres historias y tres lecciones aprendidas en la crisis del Covid-19 y su impacto en la educación superior.

En su bibliografía sobre Keith Jarrett, Wolfgang Sandner narra uno de los milagros del jazz. Fue en 1975, en la Ópera de Colonia, cuando Jarrett encontró en el escenario un piano viejo y desafinado. No se doblegó ante aquel percance inesperado, y acabó tocando The Köln Concert, una obra maestra del jazz de todos los tiempos. Supimos después que Jarrett encontró en las condiciones adversas una fuente de inspiración y nuevas formas de sentir el jazz. Keith Jarrett es único, pero su historia vuelve una y otra vez: la innovación surge en entornos convulsos y perturbadores.

En la primavera de 1665 la Universidad de Cambridge cerró las aulas por la Gran Plaga de Londres, y envió a los estudiantes a sus casas. Un joven de 20 años se refugió en Woolsthorpe Manor, la finca familiar a unas 60 millas al noroeste de Cambridge. Allí pasó meses confinado, entre cortos paseos y problemas matemáticos. Un año después, aquel joven de nombre Isaac Newton, completó su primer trabajo sobre las tres leyes del movimiento. Newton también es un genio y la historia se repite de nuevo.

Pensemos en la evolución de la electricidad en Estados Unidos. El economista Paul David ha señalado que la energía eléctrica estaba desarrollada en 1890, pero la productividad industrial no despuntó hasta la década de 1920. Treinta años después. Se necesitaba rediseñar las fábricas y reinventar el modo de trabajar. No fue posible hasta el estallido de la I Guerra Mundial. Una tragedia espantosa impulsó la productividad y el motor eléctrico suplantó para siempre al motor de vapor.

Las tres historias nos enseñan que la innovación surge en la adversidad. A veces la solución está escondida, es cuestión de pararse a descubrirla. Esta pandemia ha perturbado todos los planos de nuestra vida: la salud, la economía, el trabajo y también la educación. Las Universidades hemos cerrado las aulas y adaptado la docencia en un escenario de emergencia. En algunos sectores vamos a ver cómo la curva de la post-pandemia no se aplana, llegando una nueva realidad para quedarse. Conviene reaccionar y encarar pronto el futuro. Tres son las lecciones que los profesores y gestores universitarios podemos aprender de esta crisis.

La primera lección es que vamos a hacer lo que sabíamos que había que hacer. Durante años la Universidad ha convivido con la tecnología a regañadientes. Ambos mundos han operado en diferentes frecuencias. Como sucedió con la electricidad, ha llegado el momento de integrar la tecnología en la productividad del sistema. Aprovechar sus posibilidades para optimizar la investigación y la docencia.

La segunda lección es que todo el espacio es campus. La formación confinada es un modo forzado y fugaz de la educación a distancia. Nos hemos adaptado a la crisis, pero ahora toca introducir método y estrategia. Lo virtual y lo físico son las nuevas coordenadas de la comunidad universitaria. Superemos el dualismo offline y online, como propone Luciano Floridi en el «Manifesto Onlife». La Universidad no es un espacio físico, es sobre todo una comunidad de profesores y alumnos que aprenden a pensar juntos, estén donde estén.

Y la tercera lección: que un cambio de entorno supone un cambio de reglas. Debemos llevar al plano asíncrono el aprendizaje del alumno, y a lo presencial sólo aquello que agregue valor diferencial. Las metodologías de la nueva docencia optimizan el desarrollo integral del alumno: simulaciones docentes, aprendizaje servicio, clases inversas, aprendizaje colaborativo… El papel docente debe mutar poco a poco, con realismo y humildad: de transmisor de conocimientos a formador de experiencias de aprendizaje. La docencia personalizada y el «lifelong learning» van a ser ahora más importantes que nunca.

Las tres historias encierran mensajes para el profesor, el estudiante y la Universidad. El docente tiene un piano precario donde encontrar, como Keith Jarrett, su fuente de inspiración. El estudiante debe asumir este tiempo de responsabilidad y autonomía personal para construir un liderazgo al servicio de la sociedad. La Universidad está llamada a superar las taxonomías de antaño y reconocer que lleva años conviviendo con parte de la solución. Su contribución al bien común es demasiado valiosa como para eludir el compromiso. Necesita estrategia, recursos y ambición.

Esta crisis ha puesto de relieve que, al final, lo que hace funcionar al sistema no es la estructura, ni la tecnología, sino la pasión del profesor, el compromiso del alumno y la relación personal entre ellos. Esa es la química que desata la energía que supera todos los obstáculos. Es hora de optimizar el aprendizaje de nuestros alumnos, desbloquear el talento de nuestros profesores y reinventar la universidad onlife.